—Yo no soy nadie. Momoko se encogió de hombros. —Eres importante para mí. |
—Yo no soy nadie. Momoko se encogió de hombros. —Eres importante para mí. |
Sus ojos estaban hinchados, rojos, y en sus mejillas podían adivinarse los regueros de sal de las lágrimas. Pero seguía ardiendo y brillando y seguía sin importarle demasiado que yo fuese buraku, porque enseguida me invitó a entrar y me abrazó y me besó como si la guerra estuviese ya en nuestra puerta. |
Me abrazó por tercera vez antes de separarnos. Oh, cómo me gustaría vivir en ese abrazo. Y en todas las veces que la piel de Momoko rozó la mía, y en todas nuestras conversaciones en el acantilado y en todos los mensajes encerrados en una botella de cristal arrojada al océano. Sería una existencia suficiente. Sería una existencia en la que no me sentiría demasiado cobarde o demasiado pequeña o demasiado estúpida. Sería una existencia en la que no me sentiría sola.
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—...Cuidate mucho —dije, dándole un beso en la mejilla. Solo un segundo. Solo un pequeño gesto antes de girarnos y tirar cada una por nuestro lado. De haber sido un chico, todo habría sido diferente. Pero era una chica. Y, a fin de cuentas, las chicas se besan entre sí todo el tiempo. Madres e hijas. Hermanas. Amigas. Sin embargo, la piel de Jun todavía me quemaba los labios cuando llegué al conservatorio. |
Piel contra piel. Podía contar las pecas que cuarteaban sus mejillas y podía repasar con el índice las cicatrices que dividían su labio superior y su ceja izquierda. Podía preguntarle por las historias que se escondían detrás de cada corte. Podía dibujar una constelación uniendo los lunares de su cuello. Podía construirme una casita en su risa y quedarme a vivir allí, donde la muerte no podía tocarme.
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Los libros y las ideas pueden ser muy peligrosos, Momo-chan, especialmente en los días que vivimos.
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Si te quedas callado ante las injusticias, estás del lado de las injusticias.
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Noto su presencia en cuanto entra en la habitación. ¿Cómo describirlo? La luz parece bañar de nuevo mi oscuridad. La siento en mis huesos y en mi pecho. Es como si mi cuerpo, finalmente, se reencontrase con su alma.
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Sus besos seguían sabiendo a jazz y a bienvenida. Incluso entre los tenno heika banzai. Incluso entre el horror. Sus besos me decían: "Esta será siempre tu casa". |
Ojalá no me hubiese casado. Ojalá no fuese mujer de esta manera. La quería con la fuerza del mundo colapsándose. |
Manolito ...