Alba sabía que su abuela era el alma de la gran casa de las esquina. Los demás lo supieron más tarde, cuando Clara murió y la casa perdió las flores, los amigos transeúntes y los espíritus juguetones y entró de lleno en la época del estropicio.
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Alba sabía que su abuela era el alma de la gran casa de las esquina. Los demás lo supieron más tarde, cuando Clara murió y la casa perdió las flores, los amigos transeúntes y los espíritus juguetones y entró de lleno en la época del estropicio.
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Tal vez temía que ese grandioso amor, que había resistido tantas pruebas, no pudiera sobrevivir a la más terrible de todas: la convivencia.
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La relación de ambas no sufrió grandes cambios con el desarrollo de la muchacha, porque estaba basada en los sólidos principios de la total aceptación mutua y la capacidad para burlarse juntas de casi todas las cosas de la vida.
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En ese sentido las mujeres son muy brutas. Son hijas del rigor. Necesitan a un hombre para sentirse seguras y no se dan cuenta que lo único que hay que temer es a los mismos hombres. No saben administrarse, necesitan sacrificarse por alguien. Las putas son las peores, patrón, créamelo. Dejan la vida trabajando para un cafiche, se alegran cuando él les pega, se sienten orgullosas de verlo bien vestido, con dientes de oro, con anillos y cuando las deja y se va con otra más joven, se lo perdonan porque «es hombre». No, patrón, yo no soy así. A mí nadie me ha mantenido, por eso ni loca me pondría a mantener a otro. Trabajo para mí, lo que gano me lo gasto como quiero. Me ha costado mucho, no crea que ha sido fácil, porque a las dueñas de prostíbulo no les gusta tratar con mujeres, prefieren entenderse con los cafiches. No la ayudan a una. No tienen consideración.
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... esperaba que ninguno de sus descendientes volviera a mezclarse en política, que ese era un negocio de matarifes y bandidos.
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-No la busque más, señora. -dijo el sacerdote-. Ella no quiere verla. Clara comprendió que esa era la causa por la cual no habían funcionado ninguno de sus infalibles sistemas de adivinación. -Las hermanas Mora tenían razón -se dijo-. No se puede encontrar a quien no quiere ser encontrado. |
Igual que en el momento de venir al mundo, al morir tenemos miedo de lo desconocido. Pero el miedo es algo interior que no tiene nada que ver con la realidad. Morir es como nacer: sólo un cambio.
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Nunca hay que vender la tierra. Es lo único que queda cuando todo lo demás se acaba
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En un rincón de su cerebro le quedaba suficiente cordura para darse cuenta de que estaba parado al borde de un abismo.
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Tal vez temía que ese grandioso amor, que había resistido tantas pruebas, no pudiera sobrevivir a la más terrible de todas: la convivencia.
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Primera novela de la autora, fue publicada en el año: