Me encanta que lleguen, con sus almas recién estrenadas, a sorprenderse con lo evidente y a sorprenderme con lo que yo nunca había notado.
|
Me encanta que lleguen, con sus almas recién estrenadas, a sorprenderse con lo evidente y a sorprenderme con lo que yo nunca había notado.
|
El problema es que me hice adulta por contraste con algo en donde de pronto no hay más que un agujero. Y todo —más que tristeza— me provoca ansiedad. Me siento como una hoja en blanco, pero no brillante y recién cortada, sino abandonada en el estante de una papelería, con las esquinas amarillitas.
|
Este esfuerzo de andarse buscando a uno mismo es de tiempo completo. Porque la duda es si uno está huyendo de quien es realmente o si uno se está persiguiendo porque no se conoce de inicio.
|
Nos fuimos acomodando en remolinos de intimidad que se alimentaban solos, de cosas que no hacía falta decir. Comprometidos sin hablar del futuro, acomodados en ese lugar del mundo al que pertenecíamos. Un amor inmejorable, enfermo, cotidiano, feliz. Demasiado bueno para ser verdad. Y ahora, perdido. No construyó nada. Vivimos en un departamento alquilado del que podemos irnos en cualquier momento, sin que quede rastro de que hubo ahí —o en cualquier parte— una vida compartida. |
Aprendimos a vivir con el otro, supimos entender qué es lo que queremos y lo que nos hace felices y lo que nos damos con gusto contra lo que nos quitamos sin querer. Uno se quita tanto cuando vive en comunidad, se lima tantas partes para embonar con el otro, hasta que decir «te quiero» es un alivio, porque es confirmación de que valió la pena el sacrificio. Te quiero a pesar de lo que hemos perdido, te quiero y aprecio los límites tersos de los que te has hecho para que quepamos en la misma cama.
|
Me quiere pero también sé que a veces me odia y le duelen ciertas partes de quién soy tanto como le fascinan otras.
|
Los halagos tenían que sentirse sinceros para valer y se volvían cada vez más difíciles de ofrecer. Las declaraciones de amor se esperan y no se agradecen.
|
Empezamos a perder la claridad de antes, la frescura con la que una emoción se recibía como una droga que estimulaba en vez de sólo curar. Quererse era una inyección de alegría, no una pomada para quitar el rastro de los días que han ido pasando.
|
Hacia el final, cuando dejó de caerme en gracia, me miraba como un perro golpeado, como si lo hubiera obligado a volverse ordinario, a preocuparse por el dinero, el alquiler y la vida diaria, como si fuera mi culpa ser tan básica, por haberle exprimido el amor a la locura de los huesos. Lo veía triste consigo mismo, conmigo, con querer tanto a alguien que no lo hacía mejor.
|
Poco después nos conocíamos completos, entre otras cosas porque no había mucho que conocernos. No había mucho antes del otro, no había ni secretos difíciles ni hábitos irrenunciables, conocer a alguien así no tiene mucha dificultad.
|
El retrato de Dorian Gray