Lo compartido debería celebrarse en vez de dejarse atrás. «¡Qué maravilla esos cinco minutos en los que nos conocimos mejor que nadie! ¿No te parece? ¡Qué maravilla ese segundo en el que éramos lo único que existía sobre las estrellas del otro!»
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Lo compartido debería celebrarse en vez de dejarse atrás. «¡Qué maravilla esos cinco minutos en los que nos conocimos mejor que nadie! ¿No te parece? ¡Qué maravilla ese segundo en el que éramos lo único que existía sobre las estrellas del otro!»
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Dejar de hablar con quien alguna vez fue tu familia se verá como un acto de barbarie en el futuro. Es una de esas evoluciones que el hombre no ha terminado de completar. Las relaciones románticas que se terminan son relaciones muy íntimas, no sólo porque pasan por el cuerpo sino porque pasan por el conocimiento profundo del alma.
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Entonces dejo de llamar por fin. No tiene sentido llamar sin tregua a un desconocido.
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Ya no sé. Ya no sé por qué terminamos ni por qué debemos estar juntos, ni por qué lo necesito así. Sólo sé que me falta un pedazo que nadie llena (...)
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A veces simplemente quiero acordarme de que alguna vez tuve una interacción normal con este ente con el que ahora no tengo más que intercambios llenos de silencios tristes.
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Decidimos «ser amigos». Y así se abre una nueva brecha de distancia marcada por la simulación. Intercambios fríos en lo que nos contamos cómo va todo, sin contarnos un ápice de cómo va realmente.
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Pero yo creo que más bien estoy comprobando lo difícil que es toparse con alguien que se vaya quedando sin que te des cuenta.
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A veces los más dulces dicen las cosas más sucias y una inesperada cantidad intercambia el «buenas noches» por un «te quiero» falso e innecesario.
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Es fácil confundir cercanía y comodidad con amor, pero no cuando uno tiene el coeficiente sentimental ocupado con la obsesión de algo que se le perdió.
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Quizá, si yo tuviera otra edad y el recuerdo inalcanzable del amor atacándome de más lejos, me daría por decidir que estoy enamorada de él (...)
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El retrato de Dorian Gray