La montaña mágica de Thomas Mann
No podemos entregar al diablo el dedo meñique sin que en seguida nos coja toda la mano y detrás todo el hombre, por añadidura.
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La montaña mágica de Thomas Mann
No podemos entregar al diablo el dedo meñique sin que en seguida nos coja toda la mano y detrás todo el hombre, por añadidura.
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La montaña mágica de Thomas Mann
No hay que suprimir a los humanistas su función de educadores... no se les puede arrebatar, pues son los únicos depositarios de una tradición: la de la dignidad y la de la belleza humanas. Los humanistas reemplazaron, en otras épocas, a los sacerdotes que, en tiempos turbios y antihumanos pudieron arrogarse la dirección de la juventud. Desde entonces, señores, no se ha formado, a la verdad, ningún nuevo tipo de educador.
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La montaña mágica de Thomas Mann
La maldad, señor, es el espíritu de la crítica, y la crítica es el origen del progreso y de las luces de la civilización.
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La montaña mágica de Thomas Mann
La muerte era de una naturaleza piadosa y significativa y de una belleza triste, es decir, muy espiritual; pero al mismo tiempo completamente de otra naturaleza, casi contraria, muy física, muy material, y entonces no se la podía considerar ni como bella ni como significativa, ni como piadosa, ni incluso como triste. La naturaleza solemne y espiritual se expresaba por el sinuoso ataúd del difunto, por la magnificencia de las flores, por las palmas que, como se sabe, significaban la paz celeste; además, y más claramente todavía, por el crucifijo en las manos del abuelo difunto, por el Cristo bendiciendo, de Thorswalden, que se hallaba derecho, a la cabecera del féretro, y por los dos candelabros erguidos a ambos lados y que, en aquella circunstancia, habían adquirido igualmente un carácter sacerdotal. Todas esas disposiciones encontraban aparentemente un sentido exacto y bienhechor en el pensamiento de que el abuelo había adquirido para siempre su figura definitiva y verdadera.
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La montaña mágica de Thomas Mann
En la consideración de éstos, me perjudicó mucho la circunstancia de que yo escribiera poesía. En este punto no había sido yo lo bastante discreto, probablemente por vanidad. Un romance por mí dedicado a la heroica muerte de Arria, Paete non dolet, con el que me había estado luciendo ante un compañero, y que éste había entregado, en parte por admiración y en parte por mala idea, el catedrático, hizo advertir claramente a los superiores, ye en el cuarto curso, mi carácter especial y contrario a los reglamentos.
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La montaña mágica de Thomas Mann
A mí el escribir me parece siempre una especie de ociosidad apasionada y una sustracción atormentadora a tareas más felices. Interviene en ello una gran cantidad de sentimiento ingenuo del deber y del imperativo categórico, y se podría hablar de la paradoja de una ascética acompañada de una mala conciencia, si no se mezclase con ella una buena parte de placer y de satisfacción.
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La montaña mágica de Thomas Mann
Un arte que se sirve del lenguaje como instrumento producirá siempre creaciones extremadamente críticas, pues la lengua es en sí misma una crítica de la vida: la nombra, la toca, la designa y la juzga, en la medida que le otorga vida.
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La montaña mágica de Thomas Mann
En realidad, cada obra constituye, ciertamente, una realización fragmentaria, pero cerrada en sí misma, de nuestro ser; y semejante realización es el único y penoso camino que nos permite hacer experiencias con éste; por ello no es extraño que aparezcan sorpresas.
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La montaña mágica de Thomas Mann
¿Qué fue para mí la filosofía de Nietzsche sobre el poder y la "bestia rubia"? Casi un motivo de perplejidad. Su glorificación de la "vida" a costa del espíritu, ese lirismo que ha producido consecuencias funestas en el pensamiento alemán, sólo había una posibilidad de que yo me asimilase: tomándolo como ironía. Es cierto que la "bestia rubia" aparece también en mis producciones juveniles; pero está casi íntegramente despojada de su carácter bestial y lo único que resta es el pelo rubio junto con su ausencia de espíritu; yo la hacía objeto de aquella ironía erótica y de aquella afirmación conservadora mediante la cual el espíritu como él sabía muy bien, se comprometía muy poco en el fondo. Es posible que la transformación personal que Nietzsche sufrió en mí significase un aburguesamiento. Pero éste me parecía, y me parece todavía hoy, más profundo y más inteligente que toda la embriaguez estético-heroica que Nietzsche provocó, por lo demás, en el plano literario. Mi experiencia de Nietzsche representó el presupuesto de un periodo de pensamiento conservador que acabó en mí hacia la época de la guerra; pero, en última instancia, me proveyó de la capacidad de resistir a todos los encantos de un romanticismo malo, que pueden brotar, y que todavía hoy surgen en tantos sentidos, de una valoración no-humana de las relaciones entre vida y espíritu.
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La montaña mágica de Thomas Mann
ESBOZO DE MI VIDA. No he evocado aquí ni las experiencias que contribuyeron a formarme en mi infancia y en mi primera juventud, ni la impresión imborrable que me causaron los cuentos de Andersen, ni aquellas tardes en que escuchábamos cómo nuestra madre nos leía Stromtid, de Reuter, o nos cantaba canciones al piano, ni el culto que profesaba a Heine por la época en que escribí mis primeros poemas, ni las horas apacibles y llenas de entusiasmo que, después de salir de la escuela, pasaba leyendo a Schiller, junto a un plato lleno de rebanadas de pan untadas con mantequilla, mas no quiero pasar del todo por alto ciertas experiencias grandes y decisivas, debidas a lecturas que realicé por los años a que hemos llegado ya en este relato: me refiero a la exeriencia de Nietzsche y a la de Schopenhauer. |
La muerte en Venecia de Thomas Mann
el ritmo y el color de la juventud humana, de esa juventud nimbada por los mismos dioses para servir de recuerdo y evocación, con todo el brillo de su belleza, de modo que su visión nos abrasa de dolor y esperanza.
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La muerte en Venecia de Thomas Mann La dicha del escritor es su posibilidad de transformar la idea enteramente en sentimiento; el sentimiento, totalmente en idea. |
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La muerte en Venecia de Thomas Mann
El sol aturdía y embrujaba el intelecto y la memoria de tal forma que el alma, arrebatada, olvidaría por completo su propia situación, quedando como suspensa y embargada en la contemplación del más bello de los objetos que el sol ilumina; en efecto, sólo merced a un cuerpo conseguiría entonces elevarse a más altas consideraciones.
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La muerte en Venecia de Thomas Mann
¡Extrañas afinidades! ¿Serías acaso una consecuencia espiritual de aquel "renacimiento", de ese rigor y dignidad completamente nuevos, lo que permitió observar por entonces una consolidación casi excesiva de su sentido estético.
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