Entrevista a Rodrigo Fresán a propósito de su libro, La parte recordada, publicado por Literatura Random House
¿Qué recuerdas estar haciendo antes de encontrarte con la escritura? ¿cómo fue tu primer contacto con ella?
Antes de encontrarme con la escritura (la propia por escribir y la de todos los demás por leer) me recuerdo esperando a que llegase. Ya desde antes de saber leer y escribir tenía decidido que —cuando fuese un poco más grande que entonces, dentro de un par de años— sería lector y escritor. Puede (seguro) haber influido en esto que mis padres fuesen una de esas paradigmáticas parejas argentinas de una clase media completamente intelectual de los años `60s, que por mi casa pasasen escritores con frecuencia, que la biblioteca ocupase allí un sitio importante... Así que desde siempre y siempre estuve en contacto con la escritura y a la espera. Hasta que ella me contactó a mí, en primer grado de primaria. No hemos dejado de citarnos a ciegas y con los ojos bien abiertos desde entonces y, todo parece indicarlo, así seguirá siendo hasta mi infinito y más allá.
Con La parte recordada, cierras un tríptico (La parte inventada y La parte soñada) en el que abordas la escritura, su proceso ¿Concebiste desde un inicio escribir tres libros o cómo surgieron?
No. En absoluto. En principio iba a ser un solo libro (cuya formación y deformación me llevó casi seis años de trabajo duro y, a menudo, desorientado y como avanzando por puro instinto). Jamás me sentí más náufrago de un libro. Sensación tan perturbadora como gratificante: nunca estuve más solo con y en mi oficio. Así que, una vez habíendome rescatado a mí mismo y de nuevo en supuesta tierra firme, la idea era seguir con otra cosa: algo más (mucho más) breve y ligero y rápido de escribir. Pero no demoré en comprender que aquella isla del tesoro no sólo no estaba agotada sino que todavía le faltaba mucho por explorar. Así que tracé un nuevo mapa, se lo mostré a mi editor, Claudio López Lamadrid, y él me dio un nuevo permiso para volver a sus playas y junglas. Gracias por todo de nuevo, Claudio.
Inventar, soñar y recordar ¿mecanismos ineludibles en la escritura?
Para mí sí. Y para el protagonista de los tres libros también. Pero debo decir que yo jamás pensé en semejante tríada hasta después de que lo pensó él, el «héroe» de los tres libros que —vuelvo a aclararlo— no es ni quiero ser yo. A veces (me) pasa.
El escritor crea desde sus obsesiones o así intenta hacerlo el escritor protagonista de este libro ¿para ti el propio acto de escribir es una de ellas?
No creo que haya otra manera de escribir que no sea a partir de las propias obsesiones. Incluyendo a todo lo que en principio no te interesa pero acaba obsesionándote. Ejemplo: a mí nunca me interesó Peter Pan y poco y nada sabía de su autor. Y —¡presto!— ahí está ese libro mío titulado Jardines de Kensington.
No se puede confiar en la memoria ¿pero se puede escribir sin recurrir a ella?
No. Y creo que es esa desconfianza e incertidumbre en su modo de empleo —esa maleabilidad, esa posibilidad de corregirla y editarla— lo que la hace atractiva para todos los escritores. La memoria no incluye manual de instrucciones. Por otra parte, en el mismo acto de escribir, uno ya está recordando desde que —no más sea segundos después— pone por escrito algo que ya queda atrás. Y, claro, el pasado es cada vez más grande y, por lo tanto, desconocido, con cada día que pasa. El ayer sabe, mientras que el mañana —como cantaban The Beatles— never knows.
La parte recordada planeta cómo y para qué recuerda un escritor ¿cómo recuerdas tú?, ¿cómo organizas y administras tus recuerdos?
Como puedo. No tengo método ni sistema. Y tengo (toco madera) muy pero muy buena memoria. Y me considero afortunado por pertenecer a una de las últimas generaciones que se educó con la obligación —para sobrevivir— de memorizar y de hacer memoria sin discos duros externos ni Google, que me parece una gran herramienta pero que no debe ser un modo de vida, pienso.
«Fragmentos que aún ni siquiera se sospechaban partes de un futuro collage» ¿es así cómo escribiste este libro o cómo fue el proceso de escritura?
Algo así. Supongo. Quién sabe. No soy muy consciente en cuanto a cómo escribo. Ni quiero serlo. Prefiero preservar un cierto misterio o magia, ir enterándome de cosas a medida que avanzo, funcionar —también— como un lector en vilo de lo que escribo. No me interesa buscar o encontrar fórmula o método. Nada me atraería menos que la literatura pudiese llegar a ser una ciencia exacta. Por otra parte, siempre fui pésimo para las Matemáticas.
Se puede descubrir, entre las más de 700 páginas que conforman el libro, una crítica a un estado actual de la literatura: marketing y best sellers, plataformas de Internet y predominio de la autoficción¿Cómo ves esto en el mundo hispanohablante?
Prefiero no verlo. O, mejor, mirar a otro lado (en cualquier caso, también hay best-sellers muy buenos y muy útiles; es verdad que cada vez son menos, pero yo los leo con placer y admiración). Hay paisajes tanto más agradables... También se puede apagar la luz y el teléfono.
Estamos ante una novela llena de referencias, muchas de ellas musicales (Dylan, The Beatles, Pink Floyd, Morrissey…) ¿qué influencia tienen, en términos creativos, para ti las canciones?
Mucha influencia. Considero a «A Day in the Life» de The Beatles, al fraseo en los versos de Bob Dylan, a las Variaciones Goldberg de Bach en las versiones de Glen Gould, al Wish You Were Here de Pink Floyd, a «Big Sky» de The Kinks como algo inseparable de lo que yo hago. Mucho más que soundtrack. De algún modo, todo eso es para mí tan fundamental como lo era la banda de sonido escogida por Stanley Kubrick para sus películas.
Si no te dedicaras a escribir ¿qué te imaginas o sueñas haciendo?
Me escribo (me imagino) leyendo.
¿Nos puedes contar en qué proyecto literario estás trabajando ahora?
Todavía —luego de diez años de trabajo en las profundidades— continúo en una feliz y merecida etapa de descompresión. Lo que vendrá, en teoría, será un libro recopilatorio de anécdotas famosas de mis encuentros un tanto freaks con celebridades de diversa cepa y calibre (Dylan, Sontag, Hugh Grant, Patti Smith, Borges y siguen las firmas). Había prometido este libro a Claudio López Lamadrid, pero hace apenas unos días se me ocurrió una idea (aunque no estaba en mis planes ni necesidades) para... algo... que... quién sabe... La idea —de nuevo— es que sea breve y que no me lleve demasiado tiempo.
Rodrigo Fresán y sus lecturas
¿Qué libro te incentivó a escribir?
Muchos. Desde el principio y hasta ahora mismo. Pero un impacto muy temprano fue, durante un largo verano de mi infancia, la lectura de David Copperfield, Drácula y Martin Eden. Ya de adulto —a mis treinta y cinco años, durante quince días de otro verano— nada me ha impactado más que la inmersión total en En busca del tiempo perdido de Proust. Pero nunca he dejado de cruzarme con libros inspiradores. Otros de ellos han sido Cumbres borrascosas de Emily Brontë o Una casa para siempre de Enrique Vila-Matas o Los infinitos Los infinitos de John Banville o Moby Dick de Herman Melville o Cosas transparentes y Pálido fuego de Vladimir Nabokov o Hijo de Jesús de Denis Johnson o La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares o Música para camaleones de Truman Capote...
¿Qué autor te pudo provocar dejar de escribir? (por su calidad indiscutible)
Ninguno. La excelencia me impulsa a escribir. Y a hacerlo lo mejor posible. Conociéndo mis límites, claro. Jamás intentaría salir a cazar ballenas con un capitán enloquecido. Pero qué bueno poder leerlo desde un sillón flotante, ¿no?
¿Cuál fue tu primer gran descubrimiento literario?
Supongo que el primer libro que leí —a eso de mis ocho años— como nunca había leído un libro hasta entonces fue Drácula, de Bram Stoker. Esa novela en la que todos no dejan de escribir y en la que me recuerdo, maravillado, descubriendo un truco que me pareció asombroso: Drácula —a diferencia de lo que sucede con la mayaría de sus adaptaciones cinematográficas— aparece muy poco en el libro. Pero es como si estuviese presente en todas y cada una de sus letras.
¿Qué novela relees con frecuencia?
El gran Gatsby, Cosas transparentes, Cumbres borrascosas, todo John Cheevery todo Kurt Vonnegut y páginas al azar de Proust. El cuento «Para Esmé, con amor y sordidez» de J. D. Salinger. Cada vez releo más.
¿Qué libro te da vergüenza no haber leído aún?
Ninguno. Más me perturba la segura existencia de un libro que para mí sería vital y definitivo y de cuya existencia ni siquiera soy ni seré consciente. Tengo, sí, una gran asignatura pendiente: William Faulkner. Lo leí muy joven, en malas traducciones, de manera muy salteada y desprolija. Pero ahí tengo los cinco volúmenes de sus novelas completas en la Library of America y no hay verano que no me diga que ya ha llegado el momento de abordarlo total y armónica y con ánimo take no prisoners. Pero, de pronto, ya es otoño otra vez. En cualquier caso, tiempo al tiempo y ya llegará su momento, espero.
¿Qué clásico de la literatura consideras que ha sido sobrevalorado?
No puedo responder con justicia y ecuanimidad a eso porque lo que para mí está sobrevalorado para otros, seguro, puede ser insustituible e indispensable. Así que no diría que están sobrevalorados pero que sí no consiguieron seducirme en particular cuando los leí. Algunos de ellos: Dostoievski, Conrad, Austen, Chejov, Flannery O`Connor (tal vez porque yo soy del team Carson McCullers)... Los respeto pero a mí no me funcionan. Está claro que el problema está en mí, es mío y solo mío. Mea culpa. Tal vez en una futura relectura...
¿Tienes una cita literaria de culto?, ¿cuál es?
Tengo una que siempre aparece citada en casi todos los libros y que sale de otra de las novelas que más veces he leído y que seguiré releyendo: Matadero-Cinco de Kurt Vonnegut. Ese párrafo en el que se describe la naturaleza y estilo y formato de los libros escritos por una raza extraterrestre. Aquí va, en la traducción de Anagrama:
«Los libros de ellos eran cosas pequeñas. Los libros tralfamadorianos eran ordenados en breves conjuntos de símbolos separados por estrellas. Cada conjunto de símbolos es un tan breve como urgente mensaje que describe una determinada situación o escena. Nosotros, los tralfamadorianos, los leemos todos al mismo tiempo y no uno después de otro. No existe ninguna relación en particular entre los mensajes excepto que el autor los ha escogido cuidadosamente; así que, al ser vistos simultánea- mente, producen una imagen de la vida que es hermosa y sorprendente y profunda. No hay principio, ni centro, ni final, ni suspenso, ni moraleja, ni causa, ni efectos. Lo que amamos de nuestros libros es la profundidad de tantos momentos maravillosos contemplados al mismo tiempo».
Me gusta y quiero pensar que esta cita funciona para mí como dogma y estética y declaración de intenciones y ambiciones. De un modo u otro cada vez me siento más un escritor extraterrestre y quisiera pensar que las tres Partes como libro es un poco tralfamadoriano. Y, si no extraterrestre, por lo menos mestizo interplanetario.
¿Qué estás leyendo actualmente?
De un tiempo a esta parte, para mí los libros son simplemente buenos. Y en estos días estuve leyendo dos que se suponen ensayísticos y no-ficticios pero quién sabe, quién sabe... Una cosa es segura: sus autores fueron y son aliens certificados.
El primero de ellos se titula Pity the Reader: On Writing the Style y en donde Suzanne McConnell —alguna vez alumna suya en un writer`s workshop— recopila las enseñanzas de Kurt Vonnegut. No hace mucho escribí un artículo sobre él y allí dije que el libro tiene su gracia e interés, claro, pero que al poco tiempo comprobé «lo que ya sospechaba: Pity the Reader desborda gracia e ingenio y sabiduría, pero resulta completa y total y absolutamente inútil para avanzar en la creación de su manuscrito fantasma. ¿Por qué? Porque no hay nada que aprender de Vonnegut porque Vonnegut no tiene nada que enseñar. Son los problemas de la genialidad (o, si se prefiere, de la singularidad absoluta): no es didáctica ni explicable y mucho menos transmisible o contagiosa. Lo mismo sucede con Jorge Luis Borges y con tantos otros que nunca serán demasiados. Seres divinos que lo que enseñan en verdad es a leer y que, como mucho, pueden producir adoradores e imitadores y pasticheurs de mayor o menor talento. Pero jamás modelos originales».
El otro libro —y también escribí sobre él: leo, luego escribo— es El autor del tercer libro —otra víctima de sus tiempos— es Vladimir Nabokov. Y su título es Think, Write, Speak: Uncollected Essays, Reviews, Interviews and Letters to the Editor. Nabokov fue y es aquel para quien pocas cosas había más sobrevaloradas que «la realidad, término que siempre debería escribirse entre comillas» y quien se autodefinió, con humilde soberbia, con un «pienso como un genio, escribo como un autor respetable, y hablo como un niño»? Y en una de las entrevistas aquí recopiladas, Nabokov suelta la siguiente mariposa: «La tristeza es una gran escuela, pero la alegría es la mejor universidad».
Pues eso.
Y nada más que agregar.
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