Adiós, muñeca de Raymond Chandler
El matón trató de asestarle un golpe de rodilla en la entrepierna. El hombretón lo hizo girar en el aire y deslizó sus zapatos brillantes sobre el desgastado linóleo que cubría el suelo. (cap. 1)
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Calificación promedio: 5 (sobre 104 calificaciones)
/25 de agosto, 2023 | Sala Augusto Raúl Cortazar Lector compulsivo del género negro, sobre todo de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, Osvaldo Soriano incluye como protagonista de su primera novela al detective Philip Marlowe. Escritores e investigadores dialogan sobre cómo esas lecturas influyeron en la obra del autor, en el marco de la muestra 50 años de Triste, solitario y final organizada por la Biblioteca Nacional.
Adiós, muñeca de Raymond Chandler
El matón trató de asestarle un golpe de rodilla en la entrepierna. El hombretón lo hizo girar en el aire y deslizó sus zapatos brillantes sobre el desgastado linóleo que cubría el suelo. (cap. 1)
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El sueño eterno de Raymond Chandler
No me importa que se dé aires conmigo, ni que se saque el almuerzo de una botella de scotch. Tampoco me parece mal que me enseñe las piernas. Son unas piernas estupendas y es un placer contemplarlas. Como tampoco me importa que no le gusten mis modales. Son detestables. Sufro pensando en ellos durante las largas veladas del invierno. Pero no pierda el tiempo tratando de sonsacarme.
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La hermana pequeña de Raymond Chandler
Allí estaba ella. No hacía falta que abriera la boca para que yo supiera quién era. Nunca ha habido nadie que se pareciera tan poco a lady Macbeth. Era una muchachita menuda, pulcra, de aspecto bastante relamido, con pelo castaño liso y muy repeinado y gafas sin montura. Vestía un traje de chaqueta marrón, y de una correa que llevaba al hombro colgaba uno de esos ridículos bolsos cuadrados que te hacen pensar en una hermana de la caridad llevándoles los primeros auxilios a los heridos. Sobre su liso pelo castaño llevaba un sombrero al que debieron de separar de su madre cuando era muy pequeño. No llevaba maquillaje, ni pintura de labios ni joyas. Las gafas sin montura le daban un aire de bibliotecaria.
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La hermana pequeña de Raymond Chandler
—Si tiene la intención de quedarse tan cerca de mí —dije—, tal vez sería mejor que se pusiera algo de ropa. Echó la mano hacia atrás y me sacudió un buen bofetón. Sonó tan fuerte como el portazo de la Gonzales, y dolió. Me hizo acordarme del chichón que tenía en la cabeza. —¿Le he hecho daño? —preguntó con suavidad. Asentí. —Me alegro. Tomó impulso y me abofeteó de nuevo, sólo que más fuerte. —Sería mejor que me besara —susurró. |
La dama del lago de Raymond Chandler
"El empleado de la recepción ladró a espaldas de Degarmo como un foxterrier: —Un momento, por favor. ¿A quién desean cumplimentar? Degarmo giró sobre los talones y me miró sorprendido. —¿Ha dicho cumplimentar? —Sí, pero no le pegue. La palabra existe. Degarmo se pasó la lengua por los labios. —Sabía que existía. Lo que no sabía es que se utilizara. Oiga, amigo —le dijo al empleado—, subimos al 716. ¿Tiene algo que objetar?" |
El simple arte de matar de Raymond Chandler
Si releo mis propios cuentos, resultaría absurdo que no tuviese el deseo de haberlos hecho mejores. Pero si hubieran sido mejores no los habrían publicado.
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La dama del lago de Raymond Chandler
—El problema que tiene el cuerpo de policía —dijo casi con suavidad— es muy complicado. Se parece a la política. Exige hombres de una honradez a toda prueba, pero tiene muy poco que ofrecer a ese tipo de personas. En consecuencia, tenemos que trabajar con lo que tenemos. Y lo que tenemos es esto. —Lo sé —dije—. Siempre lo he sabido. Y no crea que me amargo la vida por ello. Buenas noches, capitán Webber. |
La ventana alta de Raymond Chandler
—Hablando en plata —dijo, estoy segurísima de que no me va a gustar usted ni un pelo. Así que suelte su rollo y esfúmese. —Lo que me gusta de este sitio es que todo se ajusta perfectamente al tópico —dije—. El guardia de la entrada, el negro de la puerta, las chicas del tabaco y del guardarropa, el judío gordo, grasiento y sensual con la corista alta, imponente y aburrida, el directivo bien vestido, borracho y espantosamente grosero que insulta al camarero, el tipo callado con la pistola, el propietario del club con su suave cabello gris y sus maneras de película de serie B, y ahora usted…, la cantante romántica alta y morena con la mueca negligente, la voz ronca y el vocabulario de tía dura. —¿Ah, sí? —dijo, colocándose el cigarrillo entre los labios y aspirando lentamente—. ¿Y qué me dice del fisgón graciosillo, con chistes del año pasado y sonrisa de aquí te espero nena? —¿Y qué es lo que me da derecho a dirigirle la palabra a usted? —dije. —Me rindo. ¿Qué? —Ella quiere que se lo devuelvan. Y deprisa. Tiene que ser rápido o habrá problemas. + Leer más |
El sueño eterno de Raymond Chandler
Me desperté con sabor a guante de motorista en la boca, bebí un par de tazas de café y repasé los periódicos de la mañana.
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La dama del lago de Raymond Chandler
—Creía que habían limpiado esta ciudad —le dije—. Pensaba que un hombre honrado podía pasearse de noche por las calles sin tener que ponerse un chaleco blindado. —La han limpiado un poco —dijo—. Pero no quieren que quede demasiado limpia. Podrían ahuyentar al dinero sucio. |
Gregorio Samsa es un ...