La ventana alta de
Raymond Chandler
—Hablando en plata —dijo, estoy segurísima de que no me va a gustar usted ni un pelo. Así que suelte su rollo y esfúmese.
—Lo que me gusta de este sitio es que todo se ajusta perfectamente al tópico —dije—. El guardia de la entrada, el negro de la puerta, las chicas del tabaco y del guardarropa, el judío gordo, grasiento y sensual con la corista alta, imponente y aburrida, el directivo bien vestido, borracho y espantosamente grosero que insulta al camarero, el tipo callado con la pistola, el propietario del club con su suave cabello gris y sus maneras de película de serie B, y ahora usted…, la cantante romántica alta y morena con la mueca negligente, la voz ronca y el vocabulario de tía dura.
—¿Ah, sí? —dijo, colocándose el cigarrillo entre los labios y aspirando lentamente—. ¿Y qué me dice del fisgón graciosillo, con chistes del año pasado y sonrisa de aquí te espero nena?
—¿Y qué es lo que me da derecho a dirigirle la palabra a usted? —dije.
—Me rindo. ¿Qué?
—Ella quiere que se lo devuelvan. Y deprisa. Tiene que ser rápido o habrá problemas.
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