La hermana pequeña de Raymond Chandler
—Si tiene la intención de quedarse tan cerca de mí —dije—, tal vez sería mejor que se pusiera algo de ropa. Echó la mano hacia atrás y me sacudió un buen bofetón. Sonó tan fuerte como el portazo de la Gonzales, y dolió. Me hizo acordarme del chichón que tenía en la cabeza. —¿Le he hecho daño? —preguntó con suavidad. Asentí. —Me alegro. Tomó impulso y me abofeteó de nuevo, sólo que más fuerte. —Sería mejor que me besara —susurró. |