Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
Que sabrás vos de lo que pasa en serio por acá, mamita. Vos vivís acá, pero sos de otro mundo
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Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
Que sabrás vos de lo que pasa en serio por acá, mamita. Vos vivís acá, pero sos de otro mundo
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Adolfo solía decir que Mercedes no era bonita y mucho menos encantadora, pero tenía una especie de locura que rozaba la maldad y que lo atraía: lo excitaba que fuese capaz de matarlo, al menos, de intentarlo.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Yo estaba un poco molesta por su mal humor, pero lo conocía lo suficiente como para saber que, cuando demostraba afecto, se comportaba como si el mundo fuera un puercoespín y él no pudiese encontrar un lugar donde sentarse.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Él era frágil solo porque estaba enfermo. Frágil como las reliquias, las ruinas antiguas, los huesos sagrados que debían ser cuidados y protegidos porque eran incalculablemente valiosos, porque su destrucción era irreparable.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
La Oscuridad es un dios con garras que husmea, la Oscuridad te alcanza, la Oscuridad te deja jugar, como los gatos dejan jugar a sus presas un rato, solo para ver cuán lejos llegan.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Le tomó la cara entre las manos, se agachó para mirarlo a los ojos y le acarició el pelo, la caja estaba en el suelo, entre los dos, y le dijo tenés algo mío, ojalá no sea maldito, no sé si puedo dejarte algo que no esté sucio, que no sea oscuro, nuestra parte de noche.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Y los tajos se transformaron en cicatrices oscuras, como si la mano estuviese cargada de tiempo.
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Los peligros de fumar en la cama de Mariana Enríquez
Y esperar a que el hambre la desesperara, y hablarle desde el otro lado de la puerta, hablarle de que nadie vendría a buscarla, porque a nadie le interesaba. A lo mejor incluso entrar otra vez, varias veces si hacía falta, y mostrarle cada vez algo más de su verdadera forma. Y de su verdadero olor. Y, por su supuesto, de su verdadero tacto. Ah, ella sabía que nada aterraba tanto como su tacto. |
Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez
¿Cuántos años iba a pasar aquí, asqueada cuando lo escuchaba hablar, dolorida cuando teníamos sexo, silenciosa cuando él confesaba sus planes de tener un hijo y reformar la casa?
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Alguien camina sobre tu tumba: Mis viajes a cementerios de Mariana Enríquez
Bonaventure parece un templo antiguo, pero no abandoando. Un templo del blosque que recibe visitas espaciadas, pero devotas, visitas que limpian las escaleras y los mármoles, que plantan nuevas azaleas y cierran los ojos ante el brillo del sol sobre el río.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Una manera de alejarlo insinuando el deseo de conservarlo, una forma muy inteligente de dar vueltas a su alrededor.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
(…) todo lo que tenía para preguntarle se quedaba suspendido en la oscuridad de la habitación, en la lamparita que titilaba, en la incomodidad de dos cuerpos juntos que querían estar separados.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
(…) pero pensó: a veces hay que mentir para cuidar. Ya te miento. Te oculto. Y te voy a seguir mintiendo.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
– Es un pibe triste. (…) – No es triste. Es su temperamento. Y si fuese triste, cuál es el problema. Es como es. (…) Nosotros hacemos ruido para tapar el agujero que tenemos adentro. |
Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Es como si subiéramos juntos una escalera y en un momento yo digo “hasta acá llegué”. Y en ese escalón, más arriba, ellos son felices y yo los miro. ¿Habría sido siempre así? No era timidez ni retraimiento ni adolescencia, como pensaban los demás. No se le iba a pasar. Podía bailar solo, podía emocionarse en su habitación con un libro, pero cuando llegaba la fiesta se desconectaba, los demás se convertían en una película que podía ver y en la que no podía participar. Así que se hacía invisible, lo que no era difícil porque estaban todos borrachos. Y retrocedía hasta su pieza. Y sentía el más puro alivio.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
La gente siempre quiere hablar, quiere contarle a un desconocido su historia, aun sabiendo que ese desconocido publicará y con seguridad distorsionará lo dicho, porque esa es la naturaleza del oficio.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Yo estaba un poco molesta por su malhumor, pero lo conocía lo suficiente como para saber que, cuando demostraba afecto, se comportaba como si el mundo fuera un puercoespín y él no pudiese encontrar un lugar donde sentarse.
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Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez
Él tenía miedo por nuestro hijo. Temía no poder o no saber cuidarlo, morirse antes de conocerlo; amarlo demasiado o que le fuera indiferente. No sé qué debo sentir, me dijo una vez. Vas a sentir lo que haga falta, le contesté. |
Gregorio Samsa es un ...