Un lugar soleado para gente sombría de Mariana Enríquez
Sé que no debo decirlo en público ni mucho menos sentirlo, y que los viejos tienen problemas de soledad y jubilaciones magras e hijos crueles, y que pierden la cabeza y se enferman, pero a mí no me gustan los viejos. [...] Me pasa algo muy extraño. Siento que fingen. Que los achaques, el caminar despacio, la constante charla sobre enfermedades y médicos, el olor de la piel, los dientes postizos o en mal estado, las repeticiones de las anécdotas, todo es una puesta en escena para irritar. Por supuesto, sé que no es así, pero no puedo evitar sentirlo y les tengo una desconfianza que me obliga a mantener la distancia, a jamás conmoverme con las historias del abuelo, a poner los ojos en blanco cuando algún empleado de la tienda se toma unos días porque se murió su abuelita. Quién puede sufrir tanto por esa muerte como para no ir a trabajar, me pregunto.
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