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Los días que nos separan de Laia Soler
Tú eliges. Las señales sólo existen y tienen sentido cuando queremos que lo tengan.
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Calificación promedio: 5 (sobre 79 calificaciones)
/Mi madre me llevaba una vez a la semana a la biblioteca del pueblo y leía tanto que tuve que pedirle a la bibliotecaria que me dejara sacar más de tres libros a la semana. Viendo que era tan lectora, la bibliotecaria pensó que me podría gustar participar en el concurso de relatos de Navidad, así que cuando cumplí la edad mínima, ocho años, me dio unas hojas en blanco con el sello de la biblioteca. Ahí escribí mi primer cuento, a mano y con letra gigantesca, y gracias a eso descubrí que mi pasión era contar historias.
Se me hace muy complicado identificar mis propias influencias. Además, creo que (casi) todo lo que leemos influye en nuestro modo de escribir en mayor o menor medida, incluso cuando se trata de algo que no nos convence y sacamos aprendizajes de lo que no queremos hacer.
En la novela, la protagonista redescubre su pasado, así como el de su madre, explorando los espacios que compartieron, tanto dentro como fuera de su hogar. La casa tiene una importancia vital, pero también Kilkerry, el pueblo, con todo lo que lo conforma: el lago, el pub favorito de la madre de Ciara, sus playas, calles y campos… Los recuerdos están ligados a las personas, pero también a los lugares donde sucedieron.
Con La geografía de tu recuerdo quería explorar las relaciones familiares, especialmente entre madre e hija, y por el enfoque que quería darle, se escapaba de la etiqueta «juvenil». Los temas sobre los que escribo cambian a medida que yo lo hago, pero eso tampoco significa que vaya a dejar de escribir juvenil: sigo muy conectada con mi «niña interior» y espero que siga siendo así durante mucho tiempo.
Empecé a escribir La geografía de tu recuerdo como proyecto de final de máster en Creación literaria, en 2016. Por aquel entonces llevaba ya seis años viviendo en Barcelona, y empezaba a sentirla más hogar que mi ciudad natal, Lleida. Esa fue la primera semilla: el deseo de hablar del hogar familiar, de quienes fuimos y quienes somos tanto dentro como fuera de él.
Ciara y yo compartimos la experiencia de habernos marchado de nuestros hogares con dieciocho, lo que implica muchas vivencias y sentimientos compartidos, y algunos rasgos (aunque no muchos) de carácter. Más allá de eso, su historia no tiene nada que ver con la mía. Aun así, mis historias suelen nacer de mi necesidad de compartir una idea o sentimiento propio, y al final siempre acabo dejando en el texto mucho más de mí de lo que soy consciente.
Sí, no hay más que ver el auge de la extremaderecha en los últimos años. Además, las redes sociales han propiciado que vivamos en nuestras burbujas (uno elige a quién seguir, qué tipo de contenido quiere recibir) y me da la sensación de que cada vez somos menos tolerantes con quien piensa diferente. Estoy de acuerdo en que hay posturas indefendibles y contra las que debemos luchar, pero nuestras armas no pueden ser los insultos ni los gritos, porque el efecto es contraproducente. Quizás es inocente creer que la empatía puede cambiar el mundo, pero como dice el refrán «Hablando se entiende la gente».
En parte sí. La pérdida forma parte de la vida: perdemos seres queridos, trabajos, amistades… E incluso, y ese es un tema central en la novela, podemos perdernos a nosotros mismos. Algunas de estas pérdidas son inevitables y otras, dolorosas pero necesarias para seguir avanzando.
Porque es una elección entre dos formas de vida muy diferentes. La protagonista, Ciara, jamás ha entendido a quienes deciden quedarse porque ha crecido con la idea de que para triunfar uno debe marcharse a una gran ciudad, donde esperan las grandes oportunidades. No valora para nada todo lo que ofrece la vida rural, porque ha comprado esa idea impuesta del éxito sin cuestionarla. Su regreso a casa la obliga a cuestionarse estas creencias interiorizadas y preguntarse, por primera vez, si ella realmente ha elegido su camino tan libremente como cree.
Cada habitación de la casa está ligada a un miembro de la familia de Ciara y simbolizan sus lazos con ellos. A medida que Ciara destruye estos espacios y los recuerdos físicos compartidos con su familia, sin darse cuenta está reconstruyendo su relación con ellos. La remodelación de la casa es un símbolo del proceso de duelo de Ciara. Hay otros elementos simbólicos en la novela, como el huerto de Edna o el fuego.
Ahora mismo estoy escribiendo un nuevo libro de la serie Las Rollettes, cuyo primer título acaba de lanzarse ahora a finales de mayo. También estoy trabajando en la documentación y las escaletas de un par de proyectos, pero esos van para largo.
Todos los que leí de pequeña en la biblioteca de mi pueblo.
Cuando leo a grandes autores no siento ganas de dejar de escribir, al contrario, me dan ganas de sentarme a trabajar, de retarme y mejorar. Últimamemente me ha sucedido con Caitlín Moran, Elena Ferrante, Jhumpa Lahiri…
Orgullo y prejuicio, de Jane Austen.
Lo cierto es que ninguna, aunque no es por falta de ganas, sino de tiempo. Tengo demasiadas lecturas pendientes. Lo que sí suelo releer es poesía, Yeats y Plath especialmente.
Como decía, siento que me falta tiempo para leer todo lo que querría leer… Así que la lista es más larga de lo que desearía.
No soy muy fan de las puntuaciones ni las afirmaciones categóricas, y mucho menos cuando el objetivo es restarle valor a una obra.
No es una desconocida, pero no me cansaré de recomendar a Elena Ferrante, especialmente su novela corta Los días del abandono.
«El momento en que dudas si puedes volar, dejas de poder hacerlo para siempre», de James Matthew Barrie, en Peter y Wendy.
Ahora mismo tengo en la mesilla Hacia la belleza, de David Foenkinos.
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Los días que nos separan de Laia Soler
Tú eliges. Las señales sólo existen y tienen sentido cuando queremos que lo tengan.
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Nosotros después de las doce de Laia Soler
—¿Así cómo? —Desapegada. Esperaba que fuera una palabra con regusto dulce la que siguiera mi pregunta, pero no puedo decir que la que ha usado me sorprenda. Es una de las favoritas de mi madre para describirme. —No eres el primero en decírmelo. Aprieto los labios para retener todo lo que estoy pensando. Que a veces me gustaría no ser así, que nada me haría más feliz que ser como Erin y repartir besos y abrazos como si tuviera excedentes en el almacén. Que ojalá fuera un poco más como todo el mundo y menos como yo, porque quizá así podría dejar de oír palabras como la que acababa de usar para describirme. |
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Nosotros después de las doce de Laia Soler
Ahora me doy cuenta de que si eso no me ha preocupado nunca ha sido porque yo siempre he tenido el control. Me gusta ser Aurora La Rompecorazones porque mientras lo sea significa que el mío está a salvo.
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Nosotros después de las doce de Laia Soler
Sé que me ha escuchado porque sus ojos trepan hasta los míos y sus labios se rompen en una media sonrisa. No dice nada. Sabe que esa es su mejor respuesta.
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Tú y yo después del invierno de Laia Soler
Me cuesta horrores lidiar con la certeza de que, en la realidad, los dos estamos rotos. Ambos estamos locos y ese amor solo funciona en las películas. Aquí, en este bosque, este amor es un desastre |
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Los días que nos separan de Laia Soler
¿Sabes? No sabía si venir. Quiero decir, míranos… Parecemos tontos, tu ahí, yo aquí, los dos comunicándonos con cartas cuando podríamos hacerlo cara a cara. Y sin embargo, curiosamente, no me siento para nada estúpido. Supongo que tú tampoco, si sigues aquí. El otro día, en la plaza, creí de veras que ibas a acercarte. Juro que quería que lo hicieras. No sé qué me pasó. Fue una reacción… Da igual. Tú tendrás tus razones para mantener las distancias, como yo tengo las mías. No es el momento ni el lugar para hablar de eso.
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Nosotros después de las doce de Laia Soler
-Todos los hechizos tienen que romperse. Levanto la mirada. -¿Y ahora quién es el cínico? -No lo digo como algo negativo. Al contrario. Los hechizos son ilusiones. El vestido de Cenicienta y todo eso desaparece porque no era de verdad, ¿y de qué vale vivir algo que no es verdad? Lo importante es lo que viene después de que toquen las doce, cuando vuelve la vida real. |
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Tú y yo después del invierno de Laia Soler
Nadie habla de cuánto duele dejar de querer. Cuando rompes el corazón de alguien a quien has querido, el tuyo también se agrieta. Tal vez no hablan de ello porque ese dolor no te paraliza, solo te llena de recuerdos y universos alternativos donde las cosas son diferentes, y ese peso te ralentiza, pero no te detiene
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Tú y yo después del invierno de Laia Soler
Erin no aprendió a ser la mejor, pero aprendió algo muchísimo más importante: la alegría de hacer algo solo por placer. Aprendió a no competir, a no esforzarse por encima de sus posibilidades y a sentirse bien en la zona gris que llaman mediocridad...Había descubierto el arte por el arte
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Los días que nos separan de Laia Soler
Si tienes amor, no necesitas nada más; y si no lo tienes, no importa demasiado qué más tengas.
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Cassandra Clare...