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Calificación promedio: 5 (sobre 208 calificaciones)
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Higiene del asesino de Amélie Nothomb
Aunque por la noche ceno bastante ligero. Me conformo con cosas frías, como unos chicharrones, cuajada de cerdo, tocino crudo, el aceite de una lata de sardinas (las sardinas no me gustan demasiado, pero perfuman el aceite: tiro las sardinas, guardo el jugo y me lo tomo tal cual). Dios mío, ¿qué le ocurre? —Nada. Siga, por favor. —No tiene buen aspecto, se lo aseguro. Con eso, me tomo un caldo muy grasoso que he preparado antes: durante dos horas, pongo a hervir unas cortezas de tocino, pies de cerdo, unas rabadillas de pollo, huesos con mucho tuétano y una zanahoria. Le añado un cucharón de manteca de cerdo, quito la zanahoria y lo dejo enfriar durante veinticuatro horas. Sí, me gusta beberme este caldo cuando está frío, cuando la grasa se ha endurecido y forma una tapa que lustra los labios. Pero no tema, no desperdicio nada, no crea que tiro a la basura unas carnes tan delicadas. Tras esa larga ebullición, han ganado en untuosidad, en proporción a lo que han perdido en jugo: estas rabadillas de pollo cuya grasa amarilla ha adquirido una consistencia esponjosa son una delicia... ¿Pero qué le ocurre? —No... no lo sé. Claustrofobia, quizá. ¿Podría abrir una ventana? + Leer más |
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Higiene del asesino de Amélie Nothomb
A decir verdad, que aquel sedentario adiposo hubiera sobrevivido hasta la edad de ochenta y tres años llenaba de perplejidad a la medicina moderna.
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Ordeno y mando de Amélie Nothomb
—Si un invitado muere repentinamente en su casa, sobre todo no avise a la policía. Llame a un taxi y pídale que les lleve, a usted y a ese amigo que se siente indispuesto, al hospital. El fallecimiento no será certificado hasta llegar a urgencias y de ese modo podrá demostrar, con la ayuda de testigos, que el individuo en cuestión murió por el camino. Gracias a lo cual, le dejarán en paz. […] —Usted no es inocente. Alguien ha muerto en su casa. —En algún sitio hay que morir. —En su casa, no en el cine, ni en el banco, ni en su cama. Ese fulano ha esperado a estar en su casa para irse al otro barrio. Las casualidades no existen. Si ha muerto en su domicilio significa que usted ha tenido algo que ver en el asunto. […] —¿No está llevando la paranoia un poco lejos? —Desde Kafka, está demostrado: si no eres paranoico, eres culpable. —En ese caso, mejor no invitar a nadie. |
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Estupor y temblores de Amélie Nothomb
Que sea Fubuki la que me dé muerte. Que ella me destornille el cráneo como a un pimentero. Mi sangre se derramará y resultará ser pimienta negra. Tomad y comed, porque esta es mi pimienta derramada por vosotros y por todos los hombres, la pimienta de la alianza nueva y eterna. Estornudad en conmemoración mía.
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Golpéate el corazón de Amélie Nothomb
La revelación no dejaba de recorrer su cuerpo. Sí, en brazos de su padre, su abuela, su abuelo, había sentido que la amaban y que amaba. Pero lo que había experimentado en los brazos de su madre era distinto: tenía que ver con la magia. Era una fuerza que te elevaba, te traspasaba, te trituraba de felicidad. Y eso guardaba relación con el olor de su madre, superior al de las más exquisitas fragancias. Tenía que ver con la voz de su madre, que, cuando le había hablado aquella noche, era la música más deliciosa que jamás hubiera oído. Y se completaba con la suavidad de la piel y del pelo de su madre, que había acabado transformando aquel abrazo en una prolongada y sedosa caricia.
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Estupor y temblores de Amélie Nothomb
Por suerte, no cometí la estupidez de dejarme llevar por lo que, en semejantes circunstancias, hubiera sido el reflejo normal: intervenir. Sin duda eso habría agravado la suerte de la inmolada, por no hablar de la mía. No obstante, me resultaría imposible pretender sentirme orgullosa de mi sabia abstención. La mayoría de las veces, el honor consiste en ser idiota. ¿Y acaso no vale más comportarse como un imbécil que deshonrarse? Todavía hoy, me avergüenzo de haber preferido la inteligencia a la decencia. Alguien tendría que haber intervenido, y ya que no existía ninguna posibilidad de que otro se arriesgara a hacerlo, yo debería haberme sacrificado.
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Ácido sulfúrico de Amélie Nothomb
Sabe muy bien que los programas de televisión son a menudo el único tema de conversación de la gente. Esa es la razón por la cual todo el mundo ve lo mismo: para no quedar marginado y tener algo que compartir.
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Higiene del asesino de Amélie Nothomb
—Señor Tach, con un hombre como usted no utilizaré las perífrasis habituales en mi profesión. Así que me permito preguntarle cuáles son los pensamientos y el estado de ánimo de un gran escritor consciente de que está a punto de morir. Silencio. Suspiro. —No lo sé, caballero. —¿No lo sabe? —Si supiera cuáles son mis pensamientos, supongo que no me habría hecho escritor. —¿Insinúa que escribe para saber finalmente cuáles son sus pensamientos? —Es posible. No estoy muy seguro, hace mucho tiempo que no escribo. |
Soy una criatura híbrida, mitad hombre mitad caballo.