Un complejo libro de personajes que funciona como una matrioska. Cuenta la historia de los diferentes protagonistas, dentro de la historia de un clan familiar, dentro de la historia de un pueblo, dentro de la historia de un país.
Úrsula, la matriarca, dice que la vida vuelve siempre al mismo punto, pero no estoy muy de acuerdo. En Macondo el transcurso del tiempo es evidente, al igual que lo es en las personas que lo habitan. Macondo nace inocente bajo las leyes humanas y mágicas de sus habitantes y quiénes llegan allí de paso; luego crece y florece con los negocios que alimentan el cuerpo y el alma; se reproduce y con ello llegan también los conflictos externos a Macondo, pero también internos por cómo sus habitantes reaccionan ante los acontecimientos: las plagas empezando con la del insomnio, las guerras, el imperialismo; y finalmente cae en la decrepitud empezando con las enfermedades que la asolan en forma de diluvio de cuatro años; la demencia senil que hace que se borre de la memoria su historia; culminando con la destrucción final. En ese sentido, Macondo es un personaje más. Al inicio es tan joven que hasta carece de palabras para las cosas, al final se sucumbe al orden natural de las cosas en un marco cuasibíblico, donde la novela está plagada de profecías que se van cumpliendo.
El tema de la soledad en los personajes es recurrente y triste. También es llamativo que todos ellos se vean aquejados del mismo mal cuando por la casa de los Buendía pasan tantas personas.
La vejez se ve muy bien retratada. Pese a la existencia de personajes con el cariz de Matusalén (llega a decirse de algún personaje que tiene más de 140 años), la impresión que me dio fue que nuestro momento es la juventud, el resto es el limbo o el infierno, y lo peor es que dura mucho.
Me gustó también la crítica social a varias instituciones: a la invasión imperialista que trae un progreso efímero y una muerte inevitable.
La iglesia aparece bajo un prisma muy negativo y siempre en oposición a las leyes de la naturaleza humana, las del espíritu de los fundadores de Macondo. Solo hay que fijarse en que cuando Fernanda se hace cargo de la casa con sus normas tan férreas, resulta que la casa está descuidada por completo como se deduce cuando por fin se revuelve la casa para limpiarla a fondo.
Y, sobre todo, la novela es una crítica a la familia: esa familia contaminada por un hado representado por el bebé con cola de cerdo, en el bebé que manifiesta físicamente la decadencia del ser humano y de esa familia incapaz de comprender al otro, donde todos se ven obligados a pasar por fases introspectivas en el cuarto de Meliquíades: ese útero con todo lo espiritual (los pergaminos) y lo humano (las vasenillas) donde varios de los personajes se encierran en busca de un renacimiento personal. Al final, la iluminación, el código resuelto es el destino trágico de todo un pueblo.
Por último, hay que señalar que el libro no es tan confuso como se dice. Si bien se repiten muchos nombres, hay ligeras variaciones para reconocerlos, y como cada episodio de 25 páginas se centra principalmente en la historia de uno de los personajes, con el árbol genealógico basta. Sí es cierto que su lectura es exigente porque en cada párrafo se narran muchos acontecimientos, lo cual también hace que el libro consiga absorber al lector a un nivel tan íntimo. Durante su lectura, cuando me despedía de algún amigo, les advertía: “me voy a Macondo”. Me gustó el tiempo que pasamos juntos.
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