¡Ah! - murmuró Silvina -, ¡acaso los muertos son los más felices!
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¡Ah! - murmuró Silvina -, ¡acaso los muertos son los más felices!
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Uno solo, el general Bourgain Desfeuilles, poniendo por pretexto que padecía de reuma, había firmado el compromiso, y por la mañana su salida había sido saludada con silbidos al montar en el coche delante del hotel de La Cruz de Oro.
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Unos anuncios blancos, pegados en las paredes por los prusianos, embargaban al vecindario para el día siguiente ordenando a todos, fuese quienes fueran, obreros, comerciantes, magistrados, empezaran a barrer con escobas y palas bajo la amenaza de penas severas, si la ciudad no estaba limpia por la noche
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Los dientes del uno habían penetrado en la mejilla del otro, los brazos tiesos, no habían soltado la presa, haciendo crujir aún las columnas vertebrales rotas anudando los dos cuerpos con nudo tal de rabia eterna que iba a ser preciso enterrarlos juntos
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(Los cadáveres) aguardaban inmóviles en la carretera a que los llevaran a enterrar. Salían algunos pies por encima. Una cabeza colgaba, medio arrancada. Cuando los tres carros empezaron a rodar de nuevo, traqueteando en los baches, una mano lívida que colgaba, muy larga, fue a rozar contra una rueda y la mano se gastaba poco a poco, desollándose, comida hasta el hueso
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¿cómo no iban a estar alegres, cuando se encontraban allí, intactos, cuando millares de infelices quedaban tendidos en el campo? En el gran comedor, el mantel blanco daba alegría a los ojos, y el café con leche, muy caliente, estaba delicioso
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El miserable emperador que, no pudiendo soportar el trote del caballo, se había caído bajo la violencia de alguna crisis, fumando acaso maquinalmente un cigarrillo, mientras que un rebaño de prisioneros, lívidos, cubiertos de sangre y de polvo ... se colocaba a ambos lados del camino para dejar pasar el coche; los primeros callados, los otros gruñendo, los otros poco a poco exasperados, haciendo estallar su cólera a gritos, amenazándole con los puños en un gesto de insulto y de maldición
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Es preciso decirlo, otros, el mayor número, estaban alegres, se les había quitado un peso enorme de encima. ¡Era el fin de sus miserias, eran prisioneros, no se batirían más! ¡Llevaban tantos días sufriendo, con aquellas caminatas y sin comer! Además ¿para qué batirse puesto que no eran los más fuertes?
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Había visto unos oficiales que arrancaban sus charreteras llorando como niños. Sobre el puente, los coraceros tiraban sus sables al Meuse y todo un regimiento había desfilado, lanzando cada cual el suyo, veían saltar el agua, y luego entraban en las filas. En las calles, los soldados cogían los fusiles por el cañón y destrozaban las culatas contra las paredes; mientras que los artilleros , que habían arrancado el mecanismo de las ametralladoras, las tiraban a las alcantarillas. Había muchos que enterraban y quemaban las banderas
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Al atravesar el cobertizo vieron a Bouroche, exasperado por no haber podido procurarse cloroformo, que se decidía a cortar una pierna a un chico de unos veinte años. Y huyeron de allí para no ver ni oír
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?