¡Ah! el emperador ... Yo le quería a pesar de todo, a pesar de mis ideas de libertad y de república ...
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¡Ah! el emperador ... Yo le quería a pesar de todo, a pesar de mis ideas de libertad y de república ...
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¡Con la victoria se hubiera sentido tan valiente y triunfante! En la derrota, con una debilidad nerviosa de mujer, cedía a una de esas desesperaciones inmensas, donde se hundía el mundo entero. No quedaba ya nada, Francia estaba muerta.
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Él, nacido en 1841, educado como un señorito, hecho un abogado, capaz de realizar las mayores tonterías y de abrigar los más grandes entusiasmos, vencido en Sedá, en una catástrofe que adivinaba era inmensa, que acababa un mundo, y aquella degeneración de la raza, que explicaba de qué modo la Francia victoriosa con los abuelos, habían podido ser derrotada con los nietos, le oprimía el corazón, como una enfermedad de familia
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Era de otra época, pertenecía a esa antigua y fuerte burguesía de las fronteras, tan ardiente y entusiasta en la defensa de las ciudades
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Ellos continuaban disparando los últimos cartuchos, a derecha e izquierda, con tal rabia, que habían desaparecido el hambre y el cansancio. No se daban cuenta de lo que hacían, obraban maquinalmente, la cabeza vacía, habiendo perdido hasta el instinto de conservación
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Pero los heridos y los muertos ya no se contaban. El compañero que caía, allí se quedaba abandonado, olvidado. Ni una mirada siquiera. Era el destino. ¡A otro! ¡A sí mismo, tal vez!
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Las fuentes solitarias habían sido violadas, los moribundos agonizaban en los lugares donde hasta entonces sólo se habían extraviado parejas de enamorados
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Sin el respeto humano, el pundonor de cumplir con su deber delante de los compañeros, perderían la cabeza muchos y echarían a correr
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El rey de Prusia, estaba siempre de pie, con su uniforme obscuro, delante de los demás oficiales, la mayor parte tendidos en la hierba. Había allí oficiales extranjeros, ayudantes de campo, generales, príncipes, provistos todos de anteojos, siguiendo desde por la mañana la agonía del ejército francés, como en un espectáculo. Y el drama tremendo acababa
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La pequeña columna se lanzó gloriosamente sobre el camino barrido por la metralla a la carretera. Primero fue magnífico, los hombres que caían no detenían a los demás, recorrieron unos quinientos metros, con una furia heroica. Pero, muy pronto, las filas se aclararon y los más valientes se replegaron. ¿Qué hacer contra el poder del número? Sólo había allí la temeridad loca de un jefe de ejército que no quería ser derrotado
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?