No habría podido tener un cáncer benigno ni aunque lo hubiera deseado, porque a lo largo de toda su vida eligió siempre mal. Pero tampoco para vivir encontraba ya un porqué ni un cómo, pues estaba agotada por la falta de amor.
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No habría podido tener un cáncer benigno ni aunque lo hubiera deseado, porque a lo largo de toda su vida eligió siempre mal. Pero tampoco para vivir encontraba ya un porqué ni un cómo, pues estaba agotada por la falta de amor.
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(…) y el día empezó a coagularse en ese mismo segundo. Su sonrisa de tallos rotos. El verde escurrido de sus ojos. Su blanco de nimbo herido. |
Incluso así, de todos los recuerdos-preciosos que llevo invariablemente conmigo a la espera de que un buen día —después de escapar de este borrador de vida que llevo ahora— se conviertan de nuevo en realidad, solo uno es el corazón. Solo uno tiene el poder de disolver lo negro, el moho y la desesperación. El girasol. |
A veces, cuando pienso en la muerte y me pregunto qué pasa con las personas después, a continuación, al final… los recuerdos son mi respuesta. El paraíso —para mí al menos— significaría vivir una y otra vez aquellos pocos días como si fuera la primera vez. Y que Dios o algún ángel menos ocupado mantuvieran mis ficheros en repeat. Siempre he sabido que voy a ir al cielo porque pido poco y no necesito que nadie me atienda.
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Los recuerdos bonitos, en cambio, aunque pocos y pálidos, ocupan mucho más espacio que todos los ficheros de pus juntos, porque una sola imagen bella contiene vivencias, olores y recuerdos que duran días enteros. Estos recuerdos son mi parte más valiosa, la perla deslumbrante nacida de una ostra hueca. El brote verde de la carroña humana que soy.
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(…) porque es imposible ser siempre original y sufrir de forma inédita, incluso cuando estás loco como yo.
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Mi fichero de cosas malas está siempre repleto porque durante muchos años mi vida fue una sucesión de odio y mierda.
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(…) yo albergaba un sueño inmenso e innecesario que sabía que no se cumpliría jamás en ningún caso, en ninguna vida. Pero lo pensé con ardor y fe, porque, si mi abuela tenía razón y el sol podía cumplir todos los deseos, sería una porquería pedirle un coche o una noche con Jude.
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Detrás de la tercera colina salió el sol. Amarillo, redondo, inevitable, como la bombilla de un hospital orientada a los ojos. Nos detuvimos ambos en medio del sendero y lo miramos largo rato, como si fuera la primera vez, pensando rápidamente un deseo. Eso es lo que nos había enseñado la abuela a los tres: cuando vemos que sale la luna o el sol, hay que desear algo con toda tu alma porque se va a cumplir, se cumple sin falta. La abuela, ciega y sola como estaba, lo sabía todo sobre los deseos.
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Callábamos ambos casi gritando, y nuestro silencio era más pesado que cualquier ruido. Sabía que lo que sucediera más adelante ese día y ese verano sería para siempre.
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El platillo llamado Duelos y Quebrantos (torta de huevos, jamón y chorizo) aparece en: