El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac
Detrás de la tercera colina salió el sol. Amarillo, redondo, inevitable, como la bombilla de un hospital orientada a los ojos. Nos detuvimos ambos en medio del sendero y lo miramos largo rato, como si fuera la primera vez, pensando rápidamente un deseo. Eso es lo que nos había enseñado la abuela a los tres: cuando vemos que sale la luna o el sol, hay que desear algo con toda tu alma porque se va a cumplir, se cumple sin falta. La abuela, ciega y sola como estaba, lo sabía todo sobre los deseos.
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