“—(...) Para obtener el tono deseado, claro está, hay que tener mucha práctica y confiar en tu intuición. Aún así es imposible prever el resultado con exactitud. Es accidental, como la vida”. Aki Shimazaki vuelve a encandilarnos con una historia de familia, de amor y de vida. Amor de madre, amor fraternal, y amor inesperado. de perdón y comprensión, pese a todo, pese a que nos hagan daño. Y como siempre lo hace incluyendo el lenguaje de las flores en su historia. Suzuran, el “lirio del valle” es una flor “tóxica”, pero hermosa. Es a la vez un descubrimiento desafortunado y el inicio de algo nuevo, de algo bueno. Anzu decide ponerle ese nombre al jarrón estrella de su nueva exposición de cerámica antes de conocer los distintos significados que tiene, pero esa decisión apenas meditada la llevará de la forma más inesperada a su destino. “Me llamas sin voz, como una campanilla muda. Aun así, ¡yo te oigo, Suzuran! Te amo desde siempre, desde antes de que naciera”. Qué reseña tan críptica, me diréis. Hace ya una semana que acabé el libro y aún no consigo poner sobre el papel todo lo que me ha hecho pensar y sentir. Nos habla de las relaciones a veces difíciles que se establecen entre hermanos, en este caso Anzu y su hermana Kyoko, que no pueden ser más diferentes la una de la otra. Nos habla del destino, que por mucho que tratemos de rehuirlo, acaba llegando a nosotros. “—Al principio —continuó—, da la impresión de que la pieza no esté acabada, pero poco a poco, con el uso, va adquiriendo profundidad. Como si la pieza y quien la utiliza alcanzarán juntos una armonía. Como una pareja bien avenida”. La vida, como en todas las historias de la autora, depara sorpresas y estoy segura de que no os podréis imaginar el final que nos aguarda en las últimas páginas. Ya tengo ganas de leer el siguiente de la pentalogía, Luna llena. ¿Y a vosotros? ¿Os gusta la autora? + Leer más |