El peso de un cruel tiempo debemos asumir, diciendo lo que es cierto, no lo que hay que decir. Los más viejos pasaron penas que los jóvenes no veremos. Ni tanto como ellos nosotros viviremos. |
El peso de un cruel tiempo debemos asumir, diciendo lo que es cierto, no lo que hay que decir. Los más viejos pasaron penas que los jóvenes no veremos. Ni tanto como ellos nosotros viviremos. |
Ojos seniles, si volvéis a llorar por esto la arrancaré |
Hagáis saber que no es baldón, ni crimen ni vicio, desatada lujuria ni deshonra, lo que me ha quitado vuestro favor, sino el carecer de lo que me hace más rica: un ojo buscón y una lengua |
Ciertamente, ha de ser de tal magnitud su ofensa, que raye lo monstruoso, o, de lo contrario, el afecto que antes le profesabais adolecía de tacha.
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Sacadle a empujones hasta la puerta, y que encuentre el camino a Dover con la nariz |
Loco el que se fía de la dulzura de un lobo, la salud de un caballo, el amor de un muchacho o el juramento de una puta.
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Redujo mi séquito a la mitad. Me miró sombríamente, en pleno corazón me golpeó con su lengua, que es de serpiente. ¡Caiga sobre su ingrata crisma todo el cúmulo de las venganzas del cielo! ¡Aires malignos, dejad lisiados sus tiernos huesos! |
Lo que al nacer no tuve, lo tendré con astucia.
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Cuando la suerte nos funciona mal culpamos de nuestros desastres al sol, la luna y las estrellas, como si fuéramos canallas por necesidad, idiotas por impulso celeste, granujas, ladrones y tramposos por la preponderancia de las esferas, borrachos, mentirosos y adúlteros por una forzosa obediencia al influjo planetario
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Estos últimos eclipses del sol y de la luna no presagian nada bueno. [...], la naturaleza misma se encuentra asolada por los efectos consiguientes: el amor se enfría, la amistad se acaba, los hermanos se apartan; en las ciudades, motines; en los países, discordia; en los palacios, traiciones; rotos los lazos que unen al hijo con el padre [...]. Hemos visto lo mejor de nuestro tiempo: maquinaciones, sordidez, traición y toda clase de desórdenes ruinosos que siguen inquietándonos hasta en la tumba. |
Es el primer libro publicado por Carlos Fuentes.