El Pozo de la Ascensión

Lo que hacía Zane no tenía sentido. No tenía que tenerlo. Ésa era, tal vez, una de las ventajas de estar loco.

—¿Cómo te has hecho tan popular?
—Maté a su dios.

Los skaa no hablaban de cosas como los espíritus de los muertos. Eso apestaba demasiado a religión, y la religión era para los nobles. Creer era la muerte para los skaa.

Los que se toman a la ligera las promesas que hacen a aquellos que aman son gente que encuentra poca satisfacción duradera en la vida. Esta no es una época sencilla para vivir. Eso no significa que tenga que ser una época difícil para amar.

Es difícil defender a los demás cuando nuestra propia vida es un caos.

Hay que permitir que el amor fluya en ambos sentidos: si no, entonces no es verdadero amor. Es otra cosa. Capricho, tal vez. Sea como sea, algunos nos convertimos demasiado rápidamente en mártires de nosotros mismos. Nos quedamos a un lado, observando, pensando que hacemos lo adecuado al no hacer nada.

Caos y estabilidad, la bruma era ambas cosas. En la tierra había un imperio, dentro de ese imperio había docenas de reinos fragmentados, dentro de esos reinos había ciudades, pueblos, aldeas, plantaciones. Y por encima de todos ellos, dentro de todos ellos, alrededor de todos ellos, estaba la bruma. Era más poderosa que las tormentas, pues superaba la furia de cualquier elemento. Siempre estaba allí. Cambiante, pero eterna.

Un hombre se definía no por sus defectos, sino por cómo los superaba.

"Os preguntáis si deberíamos rendirnos. Bueno, no vamos a hacerlo. Kell no nos lo hubiese permitido, así que nosotros tampoco nos lo permitiremos. Lucharemos, y moriremos con dignidad. Luego, la ciudad arderá... Pero habremos dicho algo. El Lord Legislador nos sometió durante mil años, pero ahora los skaa tenemos orgullo. Combatimos. Resistimos. Y morimos."

Me llamo Kwaan. Filósofo, erudito, traidor. Soy quien descubrió a Alendi y quien lo proclamó Héroe de las Eras. Soy el que dio comienzo a todo esto.