Holmes y Watson. Miss Marple y mister Stringer. Miss Merkel y mister Bizcochito.
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Holmes y Watson. Miss Marple y mister Stringer. Miss Merkel y mister Bizcochito.
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Allí, sentada en ese banco a orillas de ese lago, no echaba nada de menos Berlín, aunque todavía no se había acostumbrado del todo a vivir en la pequeña localidad de Klein-Freudenstadt, situada precisamente junto al lago Dumpfsse. ¿Y cómo iba a haberse acostumbrado? Sólo llevaba allí seis semanas. Aunque había salido a dar paseos por ese lugar, asimismo hermoso a su modesta manera, eso no bastaba para sentirse como en casa. ¿Llegaría a, sentirse así algún día?
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Los detectives de verdad nunca se marchaban de un sitio sin haberse hecho con una pista nueva. Tipos como el teniente Columbo incluso sorprendían a testigos y sospechosos justo cuando se relajaban porque creían que se habían librado de él. Eso mismo debería poder hacer ella: formular una pregunta sorprendente. Y Angela sabía a la perfección cuál era esa pregunta.
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Ah, que bonito era poder pensar sencillamente que después de la «a» viene la «b» sin que entre ambas letras hubiese un alfabeto sumerio entero entremezclado con caracteres en mandarín sobre el que un demente había añadido un alfabeto morse de su invención.
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La navaja de Ockham. Cuando existen varias explicaciones posibles para un mismo fenómeno, la explicación más sencilla suele ser la más probable.
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Angela fue la primera en bajarse del vehículo; se había disfrazado con una peluca de pelo largo negro y gafas de sol. Sólo los pantalones negros y la americana de un rojo anaranjado la delataban.
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—¿Sabe cuál es la definición de locura? -planteó Achim. Hacer una y otra vez lo mismo confiando en obtener un resultado distinto.
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10 negritos