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ISBN : 8420634751
472 páginas
Editorial: Alianza (30/11/-1)

Calificación promedio : 4/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Joserodher
 10 March 2024
De esta colección de cuentos comento aquellos que no he criticado por separado en otras reseñas de esta página:
«El casarse pronto y mal» de Mariano José de Larra es un cuadro de costumbres satírico y amargo (acaba en crimen y suicidio). Nos habla de las consecuencias de la mala educación, frívola y superficial (si viera nuestros institutos…) que lleva a dos jóvenes a casarse sin medios de subsistencia y guiados por impulsos románticos influenciados por la moda francesa.
Cuentos de «Medio Pollito» y de «El ahijado del ladrón» de Fernán Caballero son encantadores cuentos populares intercalados en su novela «La gaviota». Tienen, como siempre en Fernán, un punto moralista: hay que seguir los consejos de la madre, no hay que ser soberbio (menos sin tener motivos para ello).
«El buen paño, en el arca se vende» de Pereda es un apólogo moral convertido en un satírico cuadro de costumbres. Pereda, conservador recalcitrante, defiende que «si algo perjudica hasta a los géneros que son buenos, es el pregón incesante de su misma bondad…si algo repugna al hombre que desea casarse es la mujer que le echa memoriales de galas y cintajos por toda recomendación para que la elija, y prodiga en calles y paseos una belleza que le fascinaría brillando entre las santas paredes del lugar doméstico, junto al costurero…» La pata quebrada y en casa. Hoy no compartimos esas ideas, pero el cuadro de costumbres de la madre con hijas casaderas e hijo malcriado que hace lo imposible por casarlas no deja de ser divertido.
«El espejo de Matsuyama» de Valera es un tierno y conmovedor cuentecito. Es imposible comentar el cuento sin destriparlo del todo. El espejo es para una hija huérfana el reflejo de su madre muerta. Lo cree porque es de un pueblo remoto que no conocía los espejos ni el más mínimo adelanto. La madre en su lecho de muerte le dice a su hija: «Querida hija ya ves que estoy muy enferma y que pronto voy a morir y a dejaros solos a ti y a tu amado padre. Cuando yo desaparezca, prométeme que mirarás en el espejo todos los días, al despertarte y al acostarte. En él me verás y conocerás que estoy siempre velando por ti.»
«El pescadorcito Urashima de Valera es un cuento fantástico con hija del dios del mar y casamiento tipo sirenita incluido. El tono es infantil, parece dirigirse Valera a un lector niño, aunque el lenguaje y el estilo es tan cuidado como es habitual en él. Un pescador japonés libera a una tortuga y la devuelve al mar. Esta tortuga resulta ser la hija del dios del mar que se le presenta y, agradecida, se casa con él. Viven felices en el reino de ensueño tres años. Cuando quiere volver para ver a su familia, la esposa anfibia es reacia pero permite que vuelva a su aldea con la condición de que lleve consigo una cajita que no debe abrir. Cuando llega a la aldea la encuentra irreconocible y es que, como le dice un lugareño, han pasado en la vida terrena cuatrocientos años (el equivalente a los tres marinos). Desesperado, no sabe qué hacer ni cómo volver y abre la caja buscando una respuesta. al abrirla: «De repente, sus cabellos se pusieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y al fin cayó muerto en la playa. ¡Pobre Urashima! Murió por atolondrado y desobediente. Si hubiera hecho lo que le mandó la princesa hubiera vivido más de mil años.»
«Quien no te conozca que te compre», «La Karaba», «Milagro de la dialéctica» y «La confesión reiterada» de Valera forman parte de los chascarrillos andaluces. El primero es un cuento muy conocido que ya aparece de manera muy similar hasta en las «1001 noches»: el pícaro estudiante que engaña a un ingenuo campesino robándole su borrico y colocándose en su lugar diciéndole que fue transformado en borrico por culpa de una maldición paterna. El campesino se lo cree y cuando en el mercado se encuentra a su burro robado, cree que es el estudiante encantado convertido en burro de nuevo y dice la famosa frase del título. «La Karaba» es una divertida broma lingüística y el «Milagro de la dialéctica» es otra broma, en este caso, como promete el título, dialéctica o, más bien, lógica. «La confesión reiterada» tiene un punto suavemente picante: una joven se deleita confesando su pecado carnal tantas veces como acude a la Iglesia, porque sigue pecando con el pensamiento.
«La conversión de Chiripa» de Clarín nos muestra la marginación y desamparo absoluto de un vagabundo analfabeto y cómo un día de lluvia y frío solo es acogido por un sacerdote en una parroquia. Esta sencilla historia en manos de Alarcón hubiera sido adoctrinadora. Clarín la convierte en el conmovedor retrato de un marginado cargado de una ironía soterrada. Gracias a Dios no hace proselitismo católico. El anticlerical Clarín de «La Regenta» demuestra que no es sectario: es capaz de valorar la misericordia del este sacerdote.
En «Un duro falso» de Pardo Bazán conocemos a Natario, un aprendiz de zapatero maltratado y humillado por su maestro y compañeros. Natario no es un niño corriente: tiene honrilla, amor propio y orgullo y se guarda las humillaciones cotidianas. El maestro no le enseña el oficio de zapatero sino que lo tiene de niño de los recados, de cobrador. Después de ocho horas recorriendo a pie la ciudad, cobrando los encargos, vuelve hambriento y derrengado para entregarle al patrón el dinero cobrado. El patrón halla un duro falso y culpa al pobre niño maltratado apaleándolo brutalmente hasta que no puede más y lo deja. Éste se levanta, toma un instrumento cortante y le rebana el cuello. Podría ser una página de la crónica negra de la época pero es también un cuadro de costumbres y un retrato compasivo de los más desfavorecidos. Es un relato muy representativo del naturalismo más crudo: perfecto, tan bueno como «El indulto» comentado más arriba.
«El miedo» de Valle-Inclán es un relato preciosista y decadente, de prosa bellísima, sensorial y muy descriptiva. Nos cuenta cómo mientras espera la bendición del prior de Brandeso un joven caballero cadete reza ante el sepulcro del señor de Bradomín y se asusta al oír un ruido proveniente de su tumba. El prior con ayuda del caballero levanta la lápida para descubrir que el causante del ruido sepulcral era un nido de culebras que habitaba en la calavera. El prior niega la bendición por cobarde al medroso narrador.
«Un cabecilla» de Valle-Inclán nos lleva al terrible escenario de la segunda guerra carlista y cuenta cómo el cabecilla del título al descubrir que su mujer, tras ser torturada, había confesado a los isabelinos dónde estaba la partida (en la que iban los hijos y nietos de ambos), la ejecuta tras permitirle rezar un rosario.
«El sencillo Don Rafael, cazador y tresillista» de Unamuno hace honor a su título: es un sencillo cuento con un fondo filosófico como es propio de su autor: el sencillo Don Rafael «Era providencialista; es decir creía en el todopoderío del azar. Tal vez por creer en algo y no tener la mente vacía» Piensa que hay cosas que no se debe ir a buscar: vienen ellas solas. Y como confirmación de su doctrina por azar se encuentra un bebé abandonado que adopta como padre y al que le busca nodriza, con la que acaba casándose. Tal como le vienen las cosas las acepta y las asume: estaba de Dios, como decían las abuelas que Don Rafael fuera padre. No lo buscó, lo encontró.
«Mari Belcha» de Baroja es más una estampa poética que un cuento. Nos presenta desde los ojos del médico que la ayudó a nacer a una niña campesina, que despierta ambiguos sentimientos en el narrador. Entre sus reflexiones encontramos la siguiente: «¿Por qué llorarán los hombres cuando nacen? ¿Será que la nada, de donde llegan, es más dulce que la vida que se les presenta?» Está curiosamente escrito en segunda persona. El narrador se dirige a Mari Belcha. Tras leer este texto, vemos que Cela no fue tan original con su «Mrs. Caldwell habla con su hijo».
«Los panaderos» de Baroja es un cuadro costumbrista amargo y desesperanzado muy característico de su autor. Nos presenta la comitiva del entierro de un panadero con obligadas paradas para hacer bueno aquello de «El muerto al hoyo y el vivo al bollo» (citado en el texto). La negativa descripción del coche fúnebre me parece brillante: «No se parecía en nada a esas carrozas fúnebres tiradas por caballos empenachados, de movimientos petulantes; no llevaba palafreneros de media blanca y empolvada peluca; no; era un pobre coche, modesto, sin pretensiones aristocráticas, sin más aspiración que la de llenar de carne el pudridero del Este…» La descripción del banquete fúnebre en honor del panadero muerto no tiene desperdicio: «Comían todos con las manos, embutiéndose en la boca pedazos de miga de pan como puños, llenándose los labios de grasa, royendo la última piltrafa de los huesos. El único vaso que había en la grasienta mesa pasaba de una mano a otra, y a medida que el vinazo iba llenando los estómagos, las mejillas se coloreaban y brillaban los ojos alegremente.»
En «Las nubes» de Azorín (perteneciente a su libro «Castilla») lo que empieza siendo una parodia bienhumorada de «La Celestina» se convierte en una reflexión filosófica sobre el paso del tiempo (simbolizado en las nubes) y el eterno retorno de lo idéntico, que diría Nietzsche. «Las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son—como el mar— siempre varias y siempre las mismas. Sentimos mirándolas cómo nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas—tan fugitivas—permanecen eternas. A estas nubes que ahora miramos las miraron hace doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres con las mismas pasiones y las mismas ansias que nosotros. Cuando queremos tener aprisionado el tiempo —en un momento de ventura—vemos que han pasado ya semanas, meses, años… Las nubes son la imagen del tiempo. ¿Habrá sensación más trágica que aquella de quien sienta el tiempo, la de quien vea ya en el presente el pasado y en el pasado el porvenir?»
«El hijo surrealista» de Ramón Gómez de la Serna es un disparatado relato que nos cuenta las ansias revolucionarias y destructivas del jovencito Henri Klotz hijo de un aburguesado empleado del Ayuntamiento de París “cuya mayor aspiración consistía en que París fuese inmodificable, para lo cual tenía todos los expedientes en que se trataba de derruir cualquier callejón carbonero”. El hijo le sale destroyer. Empieza por destruir con ácido las caras de los próceres y personajes ilustres del Museo de Cera Grevin y acaba lanzando al Sena las medallas de la Legión de Honor y otros galardones oficiales. También deja embarazada a la hija del portero de su edificio y tiene esta conversación con el padre: “—El portero dice que el hijo de su hija es tuyo —le espetó sin darle tiempo a que naciese a la vida con calma.
—No es mío... Es de su hija... Es un botones... Yo he podido fabricar un botones, pero no un hijo mío.. El hijo de la hija de una portera es un botones.
—¿Es eso humanitario?
—Los porteros no merecen ningún humanitarismo porque son abortos de burgueses... Esa chica, por su educación y su alma, no tenía más que buena presencia... Además están en un escaño tan fácil las hijas de las porteras, que no se responsable de atropellarlas”. Epatante en 1930, año de su publicación en la Revista de Occidente. Está lleno de la ironía y del espíritu travieso de Ramón.
«Aurora de verdad» extraída de “Víspera de gozo” de Pedro Salinas es en realidad un poema en prosa más que un cuento. Nos describe poéticamente los sentimientos e impresiones previas al encuentro con la enamorada. La imagen ensoñada que ve fragmentaria en todas partes se confronta con la imagen real, la Aurora de verdad. El tono del texto es dulce y la aglomeración de símiles y metáforas apabulla. Es muy bello el símil inicial entre la mañana y la hoja en blanco: “Las citas con Aurora eran siempre por la mañana, porque entonces el día recientísimo y apenas usado es todo blanco y ancho, como un magnífico papel de cartas donde aún no hemos escrito más que la fecha y en cuyas cuatro carillas podremos volcar todas las atropelladas efervescencias del corazón sin que haya que apretar la letra más que un poco, al final, anochecido, cuando siempre falta espacio”. Ese primer párrafo vale por todo un poema.
«Una papeleta» (que forma parte de “El profesor inútil”) de Benjamín Jarnés nos cuenta en primera persona las impresiones que una joven estudiante de medicina causa a un usuario de la Biblioteca de un Ateneo de provincias. La joven lee un tomo de patología y escribe cartas, el voyeur escribe de vez en cuando una línea en su papeleta sobre Pedro Guillén de Sevilla. Ironiza sobre los conocimientos médicos de la joven estudiante: “Ella conoce exactamente la topografía interior de sus entrañas, la función más oculta de cada músculo en el arte del amor. Ella sabe dónde nacen las lágrimas, cómo se produce la risa. Conoce las fuentes del llanto y de la carcajada. Puede señalar la fibra, la meninge, la válvula, la ruedecilla del aparato que le duele. Ahora me está mirando, y quizá realiza en mi cara una experiencia. Puedo servirle de muestrario. Distinguirá en él el zigomático mayor del zigomático menor, el esternocleidohioideo del esternocleidomastoideo…Y será delicioso gozar de una amante así, que nos diga taxativamente: -Siento un comienzo de artritis en el tendón del popliteo. Juno mira ahora mis ojos cansados. Sólo verá en ellos, a través de mis lentes, un caso trivial de presbicia, perfectamente clasificable por los grados de relajamiento de algún músculo. Unos pobres ojos de 3,50 dioptrías, sin otra valoración que esta tan insignificante de las cifras de mi fatiga.”
«Susana saliendo del baño» de Francisco Ayala es un ejercicio de virtuosismo literario. La descripción de lo que sugiere el título no puede ser más barroca y llena de metáforas, alguna rozando el surrealismo. Está más cercano a la poesía más hermética y barroca que al cuento.
«La uña» de Max Aub es un irónico microrrelato fantástico: la uña de un marido cornudo traspasa el ataúd y llega a la garganta de la esposa infiel para atravesarla: “Fue lo menos que pudo hacer el difunto: también es cuerno la uña.”
«La ingratitud» de Max Aub es un cuento fantástico que nos presenta a una vieja costurera muy humilde que solo tiene a su hija. Cuando la hija se casa y deja de verla se seca y se convierte en un feo árbol que podíamos llamar ingratitud.
«La llamada» de Max Aub es otro microrrelato que nos cuenta la muerte de miedo de un desafecto al régimen obsesionado con el timbrazo (llamada) de la policía para su detención.
«El gallego y su cuadrilla» de Camilo José Cela es, como lo llama el autor, un apunte carpetovetónico. Más una estampa costumbrista que un cuento. Nos describe con estilo seco y preciso una desastrada corrida de toros en pleno mes de agosto en un pueblo de Toledo. El inicio del texto para ponernos en situación del calor que hacía es muy expresivo: «En la provincia de Toledo, en el mes de agosto, se pueden asar las chuletas sobre las piedras del campo o sobre las losas del empedrado…»
«Los chicos» de Ana María Matute es un terrible relato sobre el miedo al otro, la violencia, la crueldad, la falta de empatía y el comportamiento gregario. Todo esto visto con los ojos de una niña. Parece una metáfora de la guerra civil. Uno de los mejores cuentos de la antología.
«Seguir de pobres» de Ignacio Aldecoa es un ejemplo de realismo social de los años cincuenta (1953 en concreto). Nos presenta a un grupo de segadores «que, como una tormenta de melancolía, cruzan las ciudades buscando el pan del trabajo por los caminos del país.» «De la bota del pobre se bebe poco y con mucha precaución. al pan del pobre no se le dan mordiscos; hay que partirlo en trozos con la navaja. El queso del pobre no se descorteza, se raspa.» Esta reflexión de Aldecoa nos ilustra de su conciencia social y de su empatía con los más desfavorecidos. Los más necesitados que, como en este relato según Aldecoa, son los más generosos y solidarios.
«Balada del Manzanares» de Ignacio Aldecoa no tiene argumento. Es una estampa costumbrista con el fondo del Manzanares. El diálogo de los novios da vida a este texto que llamamos relato por no encontrar un término mejor. Conmueve el sencillo diálogo de Pilar y Manolo. Intercala esta reflexión Aldecoa que sigue vigente: «A los novios les gusta repetir los nombres; a los jefes les gusta repetir los apellidos.»
«La tata» de Carmen Martín Gaite es, junto con el de Ana María Matute, para mí el mejor cuento de la antología. Es realismo social objetivo. Descubrimos a través de los diálogos el paciente y sufrido trabajo de la tata con unos niños ricos malcriados. La señora, madre de los mocosos, se va a cenar con el marido y los deja a su cargo. No pasa nada importante en el cuento: no tiene argumento como tal, es un trozo de vida, como hemos visto en Aldecoa, Matute y Fernández Santos. No obstante conocemos a través de los diálogos la curiosa anécdota del encuentro con un muerto, que asusta tanto a la tata como al niño y le vale a aquella una seca reprimenda de la señora por llegar tarde. También tenemos la historia del bombón de licor que mancha el vestido de comunión de la hija de la portera y le cuesta una tremenda regañina: «—Mamá, mira, es que me he manchado el vestido un poquito. Y Loli se lo miraba, sin atreverse a sacudírselo, con las manos pringadas de bombón. Quiso secárselas en los tirabuzones. —Pero ¿qué haces? ¿Con qué te has manchado? ¡Ay, Dios mío, dice que un poquito, te voy a dar así, idiota! Loli se echó a llorar. —Mujer, no la pegue usted. —No la voy a pegar, no la voy a pegar. Dice que un poquito. ¿Tú has visto cómo se ha puesto? Estropeado el traje, para tirarlo. Si no mirara el día que es, la hinchaba la cara. Venga, para casa. —Yo no sabía que era de jarabe. —No sabías, y lo dice tan fresca. Vamos, es que no te quiero ni mirar; te mataba. ¡Qué asco de críos, chica! Yo no sé cómo tenéis humor de meteros a servir, también vosotras. —Pobrecita, no la haga llorar más, que ha sido sin querer.»
«El cielo palurdo o Mística y ascética» de Juan García Hortelano es una remembranza sarcástica de su época estudiantil en un colegio de curas. No nos ahorra las típicas anécdotas de violaciones de gallinas y de curas palurdos que asustan a los niños con la agonía de Voltaire: «Quien no haya oído relatar al Padre Matallanas la agonía de Voltaire no conoce lo que es repugnancia. Uno acababa cogiéndole asco al propio Voltaire. Sin embargo, el Padre Mata , no lo
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