Han pasado más de cincuenta años desde mi primer Dickens, mi primera Brontë, o Stevenson, o Scott; curioso es que este autor no haya caído en mis manos antes. Me agrada su escritura morosa, espléndidamente traducida aquí por el llorado Miguel Ángel Pérez, con esas endiabladas frases con doble o triple negación a las que tanto tendían los ingleses victorianos; me parece un modo de expresión elegante, contenido, sin lirismo ni tonito jocoso alguno, sin frialdad y con un ocasional metaliterario recurso al lector que resulta de lo más sutil y preciso que podamos recordar. Un reposado placer lector.
El argumento, la acción, es nimio y concentrado: salvo un par de capítulos introductorios se desarrolla en un año en el que la tenaz heroína que da nombre a la novela ve cambiar su vida y pugna por ser fiel a sí misma, a sus creencias y querencias. La acción propiamente dicha se limita a dos escenas bien disímiles, de las que recordaremos el paso sobre el Wharfe (ese encandilamiento) y la más dramática que conduce al desenlace. La historia (según parece escrita en un largo viaje a Australia, y que Trollope no descarta continuar en un futuro: ¡lástima que no lo hiciese!) se centra en un enrevesado hasta casi parecer ridículo a nuestros ojos del s. XXI –aun cuando poco hemos avanzado en esa dirección salvo en lo tecnológico– proceso familiar que nos es expuesto una y otra vez desde los cambiantes puntos de vista de cuantos intervienen, hasta del público chismoso desinformado hasta el hilarante delirio. Hay un fiscal jefe, Sir William, que encarna la voz de la razón y de modo transparente el juicio del propio escritor, matizado por una brevísima aportación de uno de los poetas que a la sazón vivían en Cumberland como ejemplo del conservadurismo senil: el tema se las trae, pues nos hallamos (no quiero ser explícito) ante la pervivencia del antiguo ¿? régimen y las injusticias de la herencia.
En suma: un tema de lo más interesante expuesto de un modo exhaustivo alrededor de una sencilla anécdota, casi un apólogo sobredimensionado por un novelista de pulso firme.
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