«No me permiten jugar con unas israelitas», decía Albertine
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«No me permiten jugar con unas israelitas», decía Albertine
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El objeto de nuestra inquieta investigación es más esencial que esas peculiaridades de carácter, parecidas a esos minúsculos rombos de epidermis cuyas variadas combinaciones forman la florida originalidad de la carne
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existe cierta semejanza, aunque siempre en evolución, entre las mujeres que amamos sucesivamente, semejanza que proviene de la fijeza de nuestro temperamento por ser él quien las elige, eliminando todas aquellas que para nosotros no serían opuestas y complementarias a la vez para nosotros, es decir adecuadas para satisfacer nuestros sentidos y hacer sufrir a nuestro corazón. Son estas mujeres un producto de nuestro temperamento, una imagen, una proyección invertida, un «negativo» de nuestra sensibilidad
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Aquella Andrée, que el primer día me había parecido la más fría, era infinitamente más delicada, más afectuosa, más fina que Albertine, a quien prodigaba una ternura dulce y cariñosa de hermana mayor
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Como en un plantío donde las flores maduran en épocas diferentes, yo había visto en ciertas viejas señoras, sobre aquella playa de Balbec, aquellas duras simientes, aquellos blandos tubérculos que mis amigas serían un día. Mas ¿qué importaba? En ese momento era la estación de las flores
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De pronto surgen, al reclamo de las circunstancias, de una naturaleza anterior al individuo mismo, y por la que ese individuo piensa, vive, evoluciona, se fortalece o muere, sin que logre distinguirla de los móviles particulares con que la confunde
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Bastaba ver junto a aquellas muchachas a su madre o a su tía para medir las distancias que, bajo la atracción interna de un tipo generalmente horrible, habrían atravesado aquellos rasgos en menos de treinta años, hasta la hora del declive de las miradas, hasta aquella en que el rostro, pasado por entero debajo del horizonte, no recibe ya luz
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En los períodos de mi vida en que no estaba enamorado y deseaba estarlo, dentro de mí llevaba no sólo un ideal físico de belleza que como se ha visto reconocía a distancia en toda mujer que pasara lo bastante lejos para que sus rasgos confusos no se opusiesen a esa identificación, sino también el fantasma moral —siempre presto a encarnarse— de la mujer que iba a enamorarse de mí, a darme la réplica en la comedia amorosa que yo tenía toda escrita en la cabeza desde mi infancia y que toda muchacha amable me parecía tener el mismo deseo de representar, con tal de que también tuviese un poco el físico para el papel
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Habría apostado que era un judiacho. Es típico de esa gente ser tan chinches
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(Octave) no mostraba ninguna vacilación sobre la oportunidad del smoking o del pijama, pero ignoraba por completo los casos en que se puede o no se puede emplear determinada palabra, e incluso las reglas más elementales del francés
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¿En que año nació Marcel Proust?