¡Oh mi estrella, oh Fortuna, oh Hado, oh Muerte, oh día para siempre dulce y crudo, cómo me habéis hundido en el abismo! |
¡Oh mi estrella, oh Fortuna, oh Hado, oh Muerte, oh día para siempre dulce y crudo, cómo me habéis hundido en el abismo! |
¡Ay de mí, mirar suave y rostro amado, ay de mí, porte grácil y altanero, au de mí, hablar que hacías al más fiero humilde, y al más vil aventajado! ¡Y ay de mí, dulce risa, que aguzado dardo lanzaste del que muerte espero! ¡Alma digna de real e imperial fuero, si tarde al mundo no hubiera llegado! Mi amante ardor no ha de sufrir mudanza, ya que fui vuestro; y sé que si me privo de vosotros, no habrá mayor tormento. Me llenasteis de anhelo y de esperanza al despedirme el sumo placer vivo, mas las palabras se llevaba el viento. |
De sus ojos tan viva luz venía hacia mí dulcemente fulgurando, y de un corazón cuerdo, suspirando, de alta elocuencia tal caudal fluía, que pienso que el recuerdo de aquel día me llega a consumir, rememorando cómo el brío me estaba allí faltando porque variaba su costumbre impía. Mi alma, de afán y pena alimentada (¡tal poder tiene una prescrita usanza!), contra el doble placer, llegó a enfermarse, que al sabor de merced tan desusada, temblando de pavor o de esperanza, estuvo entre marcharse o no marcharse. |
Estaba yo mirando fijamente el rostro del que estoy enamorado cuando Amor, cual diciendo "¿qué has pensado?", tendió la mano que es mi amor siguiente. Como pez en la red quedó mi mente donde por bien obrar había llegado, y a lo real no volvió el juicio ocupado, o como en liga pájaro inocente. La vista, que perdió el primer aspecto, como soñando hacia él se dirigía, porque sin él su bien era imperfecto: el alma, entre una y otra gloria mía, yo no sé qué celeste y raro afecto y qué extraña dulzura en sí sentía. |
De aquella bien quisiera yo vengarme que mirando y hablando me destruye y, al alejarse, mi pasión rehúye, tras sus crueles ojos ocultarme. Así la fuerza empieza ya a faltarme, que por ella en mi pecho disminuye, pues sobre él ruge cual león: y huye el sueño que debía consolarme. El alma, que del cuerpo desenlaza la Muerte, va a buscar a esa altanera, a pesar de que siempre la rechaza. Y me sorprenderá sobremanera que, mientras habla, suspira y la abraza, no interrumpa su sueño, si se entera. |
-Mira aquel monte, corazón aciago, do dejamos ayer a la que un día nos mostró compasión, más hoy querría arrancarnos de lágrimas un lago. Vuelve allí, que de estar solo me pago, e intenta comprobar si todavía para el duelo creciente hay mejoría, oh de mi mal partícipe y presago. -Que a ti mismo te olvidas oigo y veo y crees al corazón en tu costado, lleno de pensamientos miserables. Al alejarte del mayor deseo, tú te fuiste, pero él allí ha quedado, escondido en sus ojos adorables. |
Yo yerro, Amor, y el yerro mío siento y obro como quien tiene ardiendo el seno, pues crece mi dolor, y me enajeno, y a mi razón venciendo está el tormento. Solía frenar mi ardiente sentimiento por no turbar un rostro tan sereno ya no puedo, que me has quitado el freno y arde mi alma en su propio desaliento. Mas si, contra mi estilo se violenta, su espuela es quien la enciende y quien la guía al mal camino en que salvaste intenta, y más aún la virtud y cortesía de mi señora: haz tú que se dé cuenta y se perdone por la culpa mía. |
Me lleva, ay triste, Amor donde no quiero y sé que llego a donde no debiera, por lo cual, a quien dentro de mí impera mis importunidades reitero. Nunca de escollos alejó el barquero a una nave en la que un tesoro fuera cuanto a mi barca yo, flaca y ligera, de los embates de su orgullo fiero. Mas por llorosa lluvia y fuertes vientos de infinitos suspiros es movida, pues reinan en mi mar noche e invierno: y a ella tedio y a sí angustia y tormentos lleva sólo, a las olas sometida, desarmada de velas y gobierno. |
Cuando os escucho hablar tan dulcemente como Amor a sus fieles les instila, tanto el deseo ardiente se encandila que inflamaría a la difunta gente. Entonces a mi dama hallo presente doquiera ya me fue dulce o tranquila y con suspiros, no con otra esquila, me despertaba tan frecuentemente. Con el cabello al aura desatado, volver la veo: al corazón tan bella regresa porque viene con su llave. Mas el fuerte placer, atravesado en mi lengua, de qué modo está llena dentro de mí mostrar claro no sabe. |
Amor, que vive en mi alma y la domeña y en mi pecho su sede mayor tiene, armado a veces a la frente viene, se instala allí, y allí planta su enseña. La que a amar y a sufrir a mí me enseña, y quiere que el deseo ardiente frene con respeto y razón -que así conviene-, porque me muestro osado me desdeña. Y Amor huye hacia el pecho, temeroso, toda empresa abandona y tiembla y llora, y no asoma, escondido y silencioso. ¿Qué más haré, si es mi señor medroso, que estar con él hasta la extrema hora? Quien muere amando tiene un fin dichoso. |
Marinero en tierra