¡Ay, triste!, no lo sé, mas se me alcanza que, para más doliente hacer mi vida, el Amor me condujo a la esperanza. |
¡Ay, triste!, no lo sé, mas se me alcanza que, para más doliente hacer mi vida, el Amor me condujo a la esperanza. |
El fuego que creía yo apagado por el frío y la edad ya menos nueva las llamas y el martirio me renueva. Que no se apagó nunca, es lo que veo, el rescoldo, y que fue sólo cubierto, y este segundo error más grave creo. Con los miles de lágrimas que vierto, sea el dolor por los ojos descubierto del corazón, que brasa y yesca lleva: no cual fue, que la llama aún más se eleva. ¿Qué otro fuego no habrían extinguido las ondas que mis ojos van vertiendo? Amor, aunque muy tarde lo he sabido, quiere entre dos contrarios verme ardiendo; y al corazón mil lazos va tendiendo, y, si espero que a ser libre se atreva, me ata la bella faz, como él se mueva. |
Lágrimas tristes, vos me acompañáis por la noche, aunque estar solo quisiera, y luego huís donde mi paz se halla; y vos, que angustia y pena me causáis, suspiros, quebrantados salís fuera: sólo mi faz del corazón no calla. |
Cuanto más me avecino al postrer día, que a la humana miseria hace más breve, más veo al tiempo andar veloz y leve, y a mi esperanza en él falsa y vacía. Poco andaremos -digo al alma mía- de amor hablando, mientras grave lleve el peso terrenal que, como nieve se funde; que a la paz así nos guía: porque con él caerá aquella esperanza que me hizo devanear tan largamente, y la risa y el llanto, y miedo e ira; veremos claro que frecuentemente lo que es dudoso es otro quien lo alcanza y que, a menudo, en vano suspira. |
Amor lloraba, y yo con él gemía, del cual mis pasos nunca andan lejanos, viendo, por los efectos inhumanos, que vuestra alma sus nudos deshacía. |
Llanto amargo me llueve de la cara, de suspiros entre un viento angustioso, cuando hacia vos los ojos volver oso, única que del mundo me separa. Verdad es que la mansa risa clara a mi ardiente deseo es un reposo, pues cuanto atento en vos la vista poso, del fuego del martirio ella me ampara. Pero luego mi espíritu se hiela al ver cómo apartáis con gestos suaves mis fatales estrellas, cuando os dejo. Librada al fin con amorosas llaves, por seguiros, del pecho el alma vuela, y, pensativo, asaz de ella me alejo. |
Mi loco afán está tan extraviado de seguir a la que huye tan resuelta, y de lazos de Amor ligera y suelta vuela ante mi correr desalentado, que menos me oye cuanto más airado bisco hacia el buen camino la revuelta: no me vale espolearlo, o darle vuelta, que, por su índole, Amor le hace obstinado. Y cuando ya el bocado ha sacudido, yo quedo a su merced y, a mi pesar, hacia un trance de muerte me transporta: por llegar al laurel donde es cogido fruto amargo que dándolo a probar, la llama ajena aflige y no conforta. |
Porque una hermosa en mí quiso vengarse y enmendar mil ofensas en un día, escondido el Amor su arco traía como el que espera el tiempo de ensañarse. En mi pecho, do suele cobijarse, mi virtud pecho y ojos defendía cuando el golpe mortal, donde solía mellarse cualquier dardo fue a encajarse. Pero aturdida en el primer asalto, sentí que tiempo y fuerza le faltaba para que en la ocasión pudiera amarme, o en el collado fatigoso y alto esquivar el dolor que me asaltaba, del que hoy quisiera, y no puedo, guardarme. |
Marinero en tierra