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Las mejores frases de El Pabellón de Oro (16)

joseluispoetry
joseluispoetry 21 October 2019
He aquí el mundo de los hombres -me decía yo-. La guerra ha terminado y, en torno a estas luces, las gentes se abandonan a la perversidad de siempre. Parejas sin nombre, bajo estas lámparas, están devorándose con los ojos y respirando el olor del ACTO-SEMEJANTE-A-LA-MUERTE al cual se ven espoleados. La idea de que todas estas luces, sin excepción están consagradas al vicio es un bálsamo para mi corazón. ¡Ah, que la perversidad que late en mí prolifere, que se multiplique hasta el infinito! ¡Qué teja mil hilos en dirección a estos millares de luces que parpadean frente a mí! ¡Que las tinieblas donde está preso mi corazón igualen en profundidad las de la noche, esta noche donde están presas las luces sin nombre...!
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joseluispoetry 21 October 2019
Fue entonces cuando se produjo lo increíble. Sin cambiar lo más mínimo su postura perfectamente protocolaria, la mujer, de pronto, abrió el escote de su kimono. Mi oído casi percibió el crujido de la seda frotando el rígido revés del cinturón. Dos pechos de nieve aparecieron. Yo retuve mi aliento, Ella tomó en sus manos uno de sus blancos y opulentos senos y me pareció ver que empezaba a oprimirlo. Arrodillado frente a la mujer, el oficial alargó la taza, de un profundo color negro.
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joseluispoetry 21 October 2019
Entre la faz de un vivo y la de un muerto hay la distancia de un insondable abismo, el abismo donde la vida se ha tambaleado; la faz del muerto vuelve hacia nosotros solamente un residuo, el armazón de una máscara, después de su caída en las profundidades desde las cuales ya no le es posible remontarse. No había nada que pudiese comunicarme con tanta veracidad como aquel rostro muerto hasta qué punto la existencia de eso que llamamos la materia se sitúa lejos de nosotros, hasta qué punto están fuera de nuestro alcance los medios capaces de conducirnos a ella. Por primera vez yo podía constatar este trabajo de la muerte que consiste en metamorfosear un espíritu en materia; tenía la impresión, ahora, de penetrar mejor las razones por las cuales aquellas flores de mayo, el sol, mi mesa de trabajo, la escuela, el lápiz, en fin, todos los objetos materiales, me marcaban tanto con su frialdad, me parecían existir tan lejos de mí.
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joseluispoetry 19 October 2019
Anduve tras mi padre que, con profundo respeto, subió a la galería exterior del Hosui-in. Lo primero que vi fue una maqueta del Pabellón de Oro, en una vitrina, y de una maravillosa ejecución. Me gustó. Se parecía más al Pabellón de Oro de mis sueños. Por otra parte, ese Pabellón de Oro en miniatura, tan perfectamente parecido, engarzado en el grande, sugería el juego infinito de correspondencias entre un macrocosmos y el microcosmos que entrañaba. Por primera vez, podía yo soñar. Soñar en un Pabellón de Oro mucho más pequeño que aquella miniatura, y que, en su pequeñez, alcanzaba la perfección; en un Pabellón de Oro, también infinitamente más grande que el verdadero, hasta el punto de llegar a contener al mundo.
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joseluispoetry 19 October 2019
Cuando pensaba en todo esto, el Pabellón de Oro se me aparecía como un magnífico navío atravesando el océano de los tiempos. El libro decía: ; y eso me evocaba un barco, entre tanto que el estanque, al pie de la complicada construcción de esta nave de dos pisos, se me figuraba el mar. Del fondo de una noche inmensa nos llegaba el Pabellón de Oro, en una travesía cuyo fin no se podía prever. Durante el día, la extraña nave echaba el ancla con un aire de inocencia, sometiéndose a las miradas curiosas de la multitud pero, llegada la noche, extraía una fuerza nueva de las tinieblas a su alrededor, hinchaba su techumbre cual una vela y se hacía al mar abierto.
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joseluispoetry 19 October 2019
Entonces me quedé petrificado. Mi voluntad también, y mi deseo. El mundo exterior había roto todo contacto con mi universo interior y empezó a vivir fuera de mí una existencia absoluta, independiente. Me había escapado de la casa de mi tío, había calzado mis zapatillas de deporte, había corrido como un loco a lo largo del camino apenas visible bajo la débil luz del alba hasta llegar al olmo de Siberia, y sin embargo, con todo, no había hecho sino moverme dentro del limitado espacio de mi propio universo. La techumbre de las casas del pueblo, que empezaban a perfilarse, los árboles negros, la negra cresta de la montaña Aoba, incluso la propia Uiko, allí, de pie delante de mí, se encontraban ahora tan totalmente desprovistos de sentido que resultaba pavoroso: todos aquellos objetos habían recibido el don de la realidad al margen de mi acción; y era en esta realidad justamente, vacía, monstruosa, negra como la noche, la que ahora me caía encima de repente como una mole que me aplastaba, una inmensa mole que mis ojos jamás habían visto.
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