El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
Entre la faz de un vivo y la de un muerto hay la distancia de un insondable abismo, el abismo donde la vida se ha tambaleado; la faz del muerto vuelve hacia nosotros solamente un residuo, el armazón de una máscara, después de su caída en las profundidades desde las cuales ya no le es posible remontarse. No había nada que pudiese comunicarme con tanta veracidad como aquel rostro muerto hasta qué punto la existencia de eso que llamamos la materia se sitúa lejos de nosotros, hasta qué punto están fuera de nuestro alcance los medios capaces de conducirnos a ella. Por primera vez yo podía constatar este trabajo de la muerte que consiste en metamorfosear un espíritu en materia; tenía la impresión, ahora, de penetrar mejor las razones por las cuales aquellas flores de mayo, el sol, mi mesa de trabajo, la escuela, el lápiz, en fin, todos los objetos materiales, me marcaban tanto con su frialdad, me parecían existir tan lejos de mí.
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