El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
Fue entonces cuando se produjo lo increíble. Sin cambiar lo más mínimo su postura perfectamente protocolaria, la mujer, de pronto, abrió el escote de su kimono. Mi oído casi percibió el crujido de la seda frotando el rígido revés del cinturón. Dos pechos de nieve aparecieron. Yo retuve mi aliento, Ella tomó en sus manos uno de sus blancos y opulentos senos y me pareció ver que empezaba a oprimirlo. Arrodillado frente a la mujer, el oficial alargó la taza, de un profundo color negro.
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