La calzada le fascinaba. Sería tan fácil y maravilloso sentarse sobre aquel asfalto... Empezaría por ponerse en cuclillas, y las rígidas articulaciones de las rodillas crujirían con el sonido de una pistola de aire comprimido de juguete. Pondría luego las manos sobre la fría superficie rugosa y bajarías las nalgas hasta sentir que la gimiente presión de los setenta y tres kilos abandonaba los pies... Y luego tenderse, dejarse caer de espaldas y quedarse así, abierto de brazos y piernas, sintiendo cómo se estira la cansada columna..., contemplando el círculo de árboles y la majestuosa rueda de las estrellas...sin oír los avisos, mirando..., sólo mirando al cielo y esperando... esperando...
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