Los ochenta fueron inolvidables. O eso suele decirse. Efervescentes, divertidos, una explosión sexual, artística, política y social. Pero ¿no será cierto que la añoranza nos nubla la razón y endulzamos los recuerdos? Entre su gloria y esplendor también habitaba el caballo, el sida y el asentamiento del consumismo cuando metimos quinta en esto de vivir y todo se resumió en «usar y tirar».
La huella de la heroína era profunda: imposible hablar del brillo de esos años sin recordar sus sombras.
Pero entre la oscuridad había destellos de luz.
La libertad de los ochenta fue una bocanada de aire fresco.
Quizá el encanto de los ochenta resida en sus luces y sombras.
Está claro que los ochenta fueron la hostia, sí.
Los ochenta fueron fabulosos, la revolución.
Los ochenta fueron brillantes, chispeantes.
Los ochenta fueron una jodida carnicería.