—A uno le cambian los golpes de la vida, ¿sabes?
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—A uno le cambian los golpes de la vida, ¿sabes?
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¿Qué importa la meta cuando el camino es tan gratificante?
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—Ha pasado demasiado rápido. La vida, quiero decir. Tantas cosas que uno va dejando para «mañana» y, al final, llega ese día y ya es tarde.
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—El ser humano es predecible, Martín.
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Recordó su teoría de los archipiélagos: las personas son islas y a veces algunas están muy próximas entre sí, con un origen geológico común, pero por mucho que se arrimen nunca llegan a tocarse. El anhelo de compañía crece mientras permanecen ancladas en medio del mar, cerca pero lejos, cada una con sus propios restos de naufragios y mareas.
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Martín piensa que es imposible olvidar los lugares en los que se ha sido feliz; quizá porque somos animales y buscamos una madriguera propia para guarecernos del dolor y de los problemas o, sencillamente, porque es fácil idealizar todo aquello que envuelve al amor: una ciudad, unos ojos, una época, una canción, un aroma…
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Martín ha vivido en la retaguardia; sí, se defendía cuando lo atacaban por detrás, pero nunca se ha planteado de verdad salir al frente y correr más riesgos de los necesarios. Hasta ahora. Una de las cosas buenas que le ha traído la vejez es que ha dejado de tener miedo. Y, cuando eso ocurre, todo se ve más claro.
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Martín se queda ahí parado, sin saber qué hacer, y al final decide que no importa, no, no importa, tiene tiempo. Tras toda una vida, ¿qué suponen unos cuantos días más?
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«He venido porque fuiste aquello que nunca pude tener y los anhelos negados son espinas en el alma». O: «He venido porque te quise y, con los años, se empequeñecen los sueños, pero no los amores». Incluso: «He venido porque tú y yo seguimos siendo tú y yo».
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«Inténtalo otra vez».
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¿Qué objetousaron como traslador en el Mundial de Quidditch?