El Señor Norris Cambia De Tren

Lo leo de un tirón, me ha gustado. Una novela espléndida e ingeniosa, inspirada en la experiencia del propio autor en el Berlín de la República de Weimar, años 30, que junto a la famosa obra Adiós a Berlín, adaptada al cine como Cabaret en 1972, componen las llamadas Crónicas berlinesas, ya que ambas reflejan esa sociedad berlinesa en decadencia, así como también, el auge del nazismo.

El autor dejó Berlín al acceder el nazismo al poder en 1933. Amigo íntimo de W. H. Auden.

Se trata de una novela con un aire de farsa y comicidad, un personaje principal, Arthur Norris, disparatado, intrigante y asustadizo, un estafador aunque caballeroso y de gustos exquisitos que fascina al narrador, William Bradshaw, como guía en este clima de descomposición social entre comunistas y nazis.
Así es como la novela comienza, cuando ambos se conocen en un tren que va de Holanda a Berlín. Dos personajes muy diferentes, y a pesar de la frivolidad que demuestra Norris , hace que Bradshaw se sienta totalmente interesado por él, lo mismo que nosotros, los lectores, nos resulta intrigante y queremos saber más de él.

Es un personaje literario hábilmente trazado que junto a la brillante prosa de la novela nos evoca una convulsa realidad con incomparable lucidez.

No es Norris alguien que se corresponda con una época fija e inmutable, concreta y precisa, que le obligue a nacer al mundo.
El estafador, educado, amable, un truhán entrañable que construye eficazmente un personaje concreto para responder con eficacia al interés del momento.
Norris construye a Norris y este a tantas personalidades como le son precisas para embaucar, seducir, engañar, encandilar, alejando con soltura la culpa tras el atropello a la confianza del otro.

Nuestro Norris es un personaje que se mueve en un momento histórico concreto, difícil y más aun, terrible.
Pero Norris, todos los Norris terminan siendo el mismo, pueblan el mundo y lo trufan, lo salpican.
Podemos encontrarnos con un Norris en nuestra vida incluso , sin esforzarnos demasiado, con dos o tres.

Quizá, al final de esta reseña, sería pertinente dejar en suspenso unas cuantas preguntas:
¿Por qué permitimos que un Norris nos engañe?
¿Somos tan inocentes?
O mejor ¿Es difícil, cuando no imposible, sustraernos a los encantos del seductor?
¿Podríamos valorar algún atisbo de culpa en nosotros, en los seducidos? ¿Nos esperará agazapada alguna responsabilidad, cuando repasemos lo ocurrido? ...
Y hasta aquí lo leído y lo pensado.