Con dieciocho años, por primera vez en mi vida, besé la libertad con los labios y la acaricié con las yemas de los dedos. Fue cuando me di cuenta de que jamás había sido libre antes de eso. Porque no hay nada menos libre que amar en silencio.
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Con dieciocho años, por primera vez en mi vida, besé la libertad con los labios y la acaricié con las yemas de los dedos. Fue cuando me di cuenta de que jamás había sido libre antes de eso. Porque no hay nada menos libre que amar en silencio.
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Las personas son como las olas en el mar. Algunas apenas las sientes y otras te golpean hasta revolcarte en la arena y sacarte la mayor de tus sonrisas.
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No creo que exista nada más seguro que un hogar al que poder regresar siempre que lo necesites.
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Con dieciocho años, por primera vez en mi vida, besé la libertad con los labios y la acaricié con las yemas de los dedos. Fue cuando me di cuenta de que jamás había sido libre antes de eso. Porque no hay nada menos libre que amar en silencio.
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Dicen que el cuarenta y cinco por ciento de la población mundial se enamora de la persona equivocada.
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Todos guardamos secretos dentro de una caja fuerte cerrada a cal y canto en algún lugar de nuestra psique, y el que diga lo contrario, miente.
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Enmudezco. Porque no siempre hay que hablar en voz alta para hacernos escuchar. Y tampoco podemos estar seguros de que por el simple hecho de gritar alguien vaya a hacerlo. La mejor audición no se encuentra en el oído, sino en el corazón.
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Todos guardamos secretos dentro de una caja fuerte cerrada a cal y canto en algún lugar de nuestra psique, y el que diga lo contrario, miente.
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Todos sabemos que el mar es de color azul y que nadar a contracorriente es más complicado que flotar a la deriva.
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El regreso al hogar puede convertirse en la mayor temeridad que has cometido en la vida. O en un acto de fe, como si te lanzaras al vacío sin saber lo que hay debajo, pero con la seguridad de que nada malo te va a suceder.
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