-Seré un diablo, pero jamás falto a mi palabra -se jactó.
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-Seré un diablo, pero jamás falto a mi palabra -se jactó.
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Cerró los ojos y hundió la nariz en el pelo de la joven, dejándose embriagar por esa esencia que lo llenaba y lo sosegaba, lo sanaba, como el más potente de los antídotos. Y tuvo uno de esos sueños en los que todo era posible. |
La joven se aferró a él con desesperación, como si fuera su tabla de salvación, el último lugar en el que guarecerse en el infierno, guarecerse en él, que se había declarado un diablo. ¿Cómo podían ser los brazos de ese hombre un remanso de paz cuando precisamente se estaba sumergiendo en la locura?
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Quizás habría nacido en Meadow, trabajaría y vestiría como su gente, pero Alessandra no era uno de ellos. Era como una rosa de brillante carmesí en mitad de un inmaculado campo de algodón.
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-Nunca es tarde para elegir el mundo al que queremos pertenecer, ¿verdad? -añadió aquella chica tímida que, de repente, parecía tan sabia a pesar de su corta edad.
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Y, sin embargo, el expuesto era él, quien estaba a punto de sucumbir era Dreel, y jamás se había sentido más vulnerable en toda su vida, pues los labios de esa mujer, besarla, se había convertido repentinamente en su última esperanza, en su refugio, en su única salvación. Abrazar a Alessandra sería dejar de tener miedo.
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(…) Jamás había arriesgado tanto, porque nunca había estado en juego su corazón.
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―No voy a caer en tus redes ―le aseguró, animándolo a desistir. ―Lo harás ―afirmó Dreel, en cambio, acercándose más a ella. Quedaron a escasos centímetros, y la voz masculina se tornó un susurro grave y penetrante. Peligroso―. Un día desearás con todas tus fuerzas que te haga el amor. Me lo pedirás, me lo rogarás, Alessandra. Y ese será el día en que me marcharé. |
―No voy a acostarme contigo ―le advirtió ella, tratando de mostrarse firme, aunque por dentro estaba hecha un flan. ―Sí, ya sé: antes muerta ―reprodujo sus palabras con sonrisa socarrona―, pero ya te he dicho que yo puedo ser muy persuasivo, como el diablo ―añadió con voz sedosa, acercándose un paso a ella. |
―¡Qué humos, mujer! ―Se rio él―. No voy a pedirte el alma a cambio. ―¡Ah, no! Ahora resulta que eres el diablo ―trató de mofarse, aunque supo que le había salido el tiro por la culata cuando lo vio reírse con insultante satisfacción. ―Así me llaman de vez en cuando… Diablo St. Michael ―se jactó con sonrisa sardónica. ―¿Por qué tu nombre es el de uno de los ángeles caídos? ―demandó ella, enarcando las cejas con sorna, aunque más que su deje burlón, lo que sorprendió al joven fue que Alessandra conociera la procedencia de su nombre. Era la primera persona con la que se había topado que lo supiera… y Dreel sospechaba que esa mujer iba a significar la primera vez en muchas cosas. |
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