—No va a cambiar nada, chiquilla —dijo con una voz que sonó como el ruido que hacen las hojas secas al crujir sobre la calzada—. ¿Y qué más da que hagas todo lo que has prometido? ¿Qué pasará entonces? No va a cambiar nada. Volverás a tu casa para aburrirte y que no te presten atención. Nadie te escuchará, nadie te ha escuchado nunca. Eres demasiado inteligente y reservada para que te entiendan. Ni siquiera pronuncian tu nombre correctamente.
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