En su deseo se confundían las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la elegancia de las costumbres con las delicadezas del sentimiento.
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En su deseo se confundían las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la elegancia de las costumbres con las delicadezas del sentimiento.
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Era como si en su plato le sirvieran toda la amargura de la existencia, y con los vapores de la sopa, le subían del fondo del alma como otras tantas vaharadas de hastío
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Su vida, en cambio, era fría como desván con ventanuco al norte, y el aburrimiento – silenciosa telaraña – hilaba su tela bajo la sombra en todos los rincones de su corazón.
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Antes de casarse, Emma se había creído enamorada; pero como la felicidad que hubiera debido resultar de aquel amor no había llegado, pensó que necesariamente debía de haberse equivocado. Y trataba de averiguar qué significaban exactamente en la vida las palabras dicha, pasión y embriaguez, que tan hermosas le habían parecido en los libros.
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El hombre, al menos, es libre y puede recorrer las pasiones y los países, vencer obstáculos, gustar de las más lejanas felicidades. La mujer, en cambio, siéntese aherrojada de continuo.
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Aunque no tenía a quien escribir, se había comprado una carpeta, un bloc de papel de cartas, un portaplumas y sobres; quitaba el polvo a su anaquel, se miraba en el espejo, cogía un libro, y luego lo dejaba caer sobre sus rodillas, persiguiendo un sueño que se había escapado entre una línea y otra. Ansiaba viajar o volver de nuevo al internado. Deseaba al mismo tiempo morirse e ir a vivir a París.
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Se estrecharon uno contra el otro y al calor de su primer beso se fundieron como nieve todos los rencores.
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Pretendía saber lo que se entendía exactamente en la vida por las palabras dicha, pasión y embriaguez que le habían parecido tan bellas en los libros.
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Y, seguro de ser amado, dejó de molestarse, e insensiblemente su comportamiento cambió.
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Era tal la indiferencia con que consideraba ahora cuanto había a su alrededor, y tenía a un mismo tiempo palabras tan afectuosas, miradas tan altivas y modales tan variados, que ya no era posible distinguir el egoísmo de la caridad, ni la corrupción de la virtud.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises