Emma se parecía a todas las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco apoco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje
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Emma se parecía a todas las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco apoco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje
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Era la enamorada de las novelas, la heroína de los dramas, aquella indefinible ''ella'' a que aludían todos los libros de versos. León descubría en sus hombros el color ámbar de La odalisca en el baño, comparaba su corpiño al de las castellanas medievales y también le recordaba a La mujer pálida de Barcelona. Pero sobre todo, ¡era un ángel!
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Recuerdo y conozco esa bruma azul como la de las montañas suizas, esa bruma que lo rodea todo en la época feliz y alegre en que se termina la infancia.
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En el fondo de su corazón, sin embargo, estaba esperando que algo sucediera. Como los marineros naufragados, volvió la mirada desesperada a la soledad de su vida, buscando lejos alguna vela blanca en las brumas del horizonte. No sabía cuál sería esta oportunidad, qué viento la traería, hacia qué orilla la conduciría, si sería un chaleco o un tres pisos, cargados de angustia o llenos de felicidad en los ojos de buey. Pero cada mañana, al despertar, esperaba que llegara ese día; escuchó cada sonido, se sobresaltó, se preguntó que no había llegado; luego, al atardecer, siempre más triste, anhelaba el mañana.
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Sentir lo que es grande, amar lo que es bello, y no aceptar todos los convencionalismos de la sociedad, con las ignominias que ella nos impone.
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[...] Era uno de esos sentimientos puros que en nada obstaculizan el disfrute de la existencia, que se fomentan porque son raros y cuya pérdida resultaría más triste que gozosa fuera su posesión.
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¡Cómo añoraba los inefables sentimientos de amor que por aquel entonces trataba de imaginarse por medio de los libros!
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Lloraba por los terciopelos que no tenía, por la felicidad que no conocía, porque sus sueños eran demasiado anchos y su casa demasiado estrecha.
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Aquel vestido de pliegues rectos escondía un corazón tempestuoso, y aquellos labios tan púdicos no contaban la tormenta que en él había
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Fue como el cielo, cuando una ráfaga de viento barre las nubes. El montón de pensamientos tristes que los ensombrecía pareció retirarse de sus ojos azules; toda su cara resplandeció de felicidad.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises