A mi modo de ver, no hay que destruir nada, lo único que hace falta es aniquilar en la humanidad la idea de Dios, ¡ahí es donde hay que poner manos a la obra! Por ahí, por ahí hay que empezar, ciegos que nada comprendéis. En cuanto la humanidad renuncie toda ella a Dios, de por sí, sin recurrir a la antropofagia, caerá toda la anterior concepción del mundo y, lo que es más importante, toda la antigua moral, y todo será nuevo. Los hombres se unirán para tomar de la vida cuanto esta puede darles, pero eso sí, para la felicidad y la alegría en este mundo únicamente. El hombre se exaltará con el espíritu de un orgullo divino, titánico, aparecerá el Hombre Dios. Al vencer a cada hora, ya sin límites, a la naturaleza, merced a su voluntad y a la ciencia, el hombre sentirá, también a cada hora, un placer sublime, que reemplazará en él todas las esperanzas en los placeres del cielo. Cada uno sabrá que ha de morir del todo, sin resurreción, y aceptará la muerte con serenidad y orgullo, como un dios. El orgullo le hará comprender que no debe quejarse de que la vida es un instante, y amará a su hermano sin pensar en la recompensa. El amor satisfará tan solo un instante de la vida, pero ya la conciencia de su instantaneidad avivará su fuego en la misma medida en que antes se disipaba la esperanza en un amor de ultratumba e infinito.
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