Hasta cierto punto, logré acostumbrarme a fingir descaro. En el fondo del corazón no había perdido ni un ápice de miedo al aplomo y la violencia de los humanos; mas, aunque sin dejar de sentir ese miedo y ese sufrimiento, en la superficie me había acostumbrado poco a poco a saludar mirando a la cara... ¡No! ¡Esto no es cierto! No podía hablar con alguien sin mostrar con dolorosas sonrisas la bufonería de mi derrota.
|