Cadeaux de Noël

Al olor de las agujas de abeto, ligeramente mordidas por la llama de la cera, ¿qué corazón anciano no se conmueve? Pero ya no nos atrevemos, pasada la edad de las grandes alegrías, a llorar sin pena, a celebrar con lágrimas una felicidad confusa que resucita... Es una gran privación no desbordar en lágrimas.

El color de nuestros primeros recuerdos es terriblemente vívido y el tiempo difícilmente lo modifica

Pero en toda mi juventud no tuve más regalos de Navidad, otros regalos de Navidad que los que Sido me había traído esa noche: sus escrúpulos, las vacilaciones de su corazón vivo y puro, las dudas, el homenaje furtivo que su amor concedía a la exaltación de una niña de diez años.

Mi pequeño país librepensador suprimía, en la medida de lo posible, una celebración milenaria, que es la de todos los niños. Mi madre, mi muy querida “Sido” atea, no iba a la misa de medianoche, lugar de reunión, como los domingos, de familias bienpensantes y de algunos señores que iban allí en landós cerrados.

No tengo recuerdos navideños. Hija de un país “malpensante”, donde la misa de medianoche reunía a pocos fieles, la noche de Navidad ponía mis zuecos en el hogar, pero era para secarlos en las cenizas, como las otras noches, y encontrarlos tibios al siguiente día.

La emoción de un niño, cuando se le presenta una imagen de su breve pasado, no depende ni de la sorpresa ni del asombro. Aprecia lo que ya sabe, prefiere lo que reconoce y se lo canta a sí mismo, al ritmo de la poesía espontánea.

...porque nuestra culpa data de nuestra primera negligencia, de la primera vergüenza que la siguió y que desde lo más profundo de nosotros decía: “En el momento en que debías a tu hijo tu presencia, tus consejos, tu ayuda inteligente, enmascaraste tu fracaso con un regalo, cuando tuviste que pagarlo contigo mismo... Y luego, empezaste de nuevo...

Conozco padres que suspiran desconcertados ante unos hijos que a los diez años reclaman un abrigo de piel, a los doce un coche, a los quince un collar de cuentas. Escrupulosos, se cuestionan, buscando a los responsables de esta madurez temprana que parece una perversión. "En nuestro tiempo…

¡Oh, todos los recuerdos de inviernos, todas las Navidades de mi infancia, que este ensueño navideño los traiga de vuelta a mí! Que mis recuerdos, con una suave y silenciosa caída de pétalos, vengan uno a uno a llenar esta mula estrecha, caída de mi pie descalzo, frente a un fuego despeinado donde se levanta y arde la imagen de un niño.

Mírate, mira tus párpados, tus labios, levanta los rizos de tu cabello hasta las sienes: ya empiezas a alejarte de tu juventud; te vas a alejar de tu juventud, no lo olvides, ¡tienes que envejecer!