Reino de ladrones

Cuando el mundo no te debía nada, le exigías algo de todos modos. cuando no eras la elegida, cuando no había sangre real en tus venas. Cuando el mundo no te debía nada, le exigías algo de todos modos. El respeto no se pide, se gana.

Hasta ese momento, Wylan no había entendido del todo lo mucho que aquellas personas significaban para él. Su padre los habría mirado con desdén: maleantes y ladrones, un soldado caído en desgracia y un ludópata que siempre estaba en número rojos. Pero eran sus primeros amigos, sus únicos amigos, y Wylan sabía que los habría elegido a ellos entre un millar.

Cuando el mundo no te debía nada, le exigías algo de todos modos.

Ese es el problema con Ketterdam, pensó Jesper mientras tropezaban con incertidumbre en la oscuridad. Confiar en la persona equivocada puede hacer que te maten.

Los cuervos recuerdan los rostros humanos. Recuerdan a las personas que los alimentan, que son amables con ellos. Y las personas que les hicieron daño también. Ellos no olvidan. Se dicen unos a otros a quién cuidar y a quién vigilar.

Los cuervos recuerdan las caras humanas. Recuerdan a las personas que les dan de comer, que son amables con ellos. Y también a las que les hacen daño.

Habría ido a por ti —dijo, y cuando vio la mirada recelosa que ella le lanzó, volvió a decirlo—. Habría ido a por ti. Y si no pudiera caminar, me arrastraría hasta ti y, sin importar lo rotos que estuviéramos, lucharíamos juntos, con los cuchillos fuera y las pistolas disparando.

Seis de Cuervos se convirtió, pese a lo que yo esperaba, en uno de los libros que dejó un sabor adictivo en mí. Y su segunda parte, Reino de Ladrones, tuvo un efecto igual de poderoso.

Aquí, nuestros protagonistas y la mente implacable de Kaz, se jugarán todo por recobrar su cuenta pendiente y vengarse de aquellos que los traicionaron. En esta entrega veremos nuevos personajes y seremos testigos de cientos de giros inesperados que harán de esta historia un campo de batalla.
Una buena conclusión para esta aventura, aunque yo siempre querré más.

—No me gusta mentir.
—Entonces, ¿por qué lo has hecho?
—Estoy cogiendo el hábito de rescatarte. Para pasar el tiempo.

Recibimos al miedo. Saludamos al invitado inesperado y escuchamos lo que tiene que decirnos. Cuando llega el miedo, algo está a punto de pasar.