Ha sido una tarde muy hermosa, Sydnam, ¿verdad? Simplemente recordémosla y agradezcámosla. Enciérrala, reprímela, ocúltala, entiérrala, con todas sus imperfecciones y posibilidades perdidas. |
Ha sido una tarde muy hermosa, Sydnam, ¿verdad? Simplemente recordémosla y agradezcámosla. Enciérrala, reprímela, ocúltala, entiérrala, con todas sus imperfecciones y posibilidades perdidas. |
No lo sientas, por favor. No. Yo no te habría conocido si no estuvieras así. No estaría aquí contigo. Y tampoco estaría aquí si no fuera lo que soy. Deseo estar aquí contigo. Y si tú dices que lo lamentas, yo debo decirlo también. No quiero que ninguno de los dos lamente nada de esta tarde.
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—Por favor —dijo él sonriéndole y cruzando la distancia que los separaba —, ¿me permites que sea yo el que te suelte el pelo? Tú lo harías diez veces más rápido que yo con tus dos manos, seguro, pero ¿puedo hacerlo yo?
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—Esto no tiene nada que ver con seducción —le dijo él al oído en voz baja —. Por parte de ninguno de los dos. Buen Dios, Anne, tienes que saber que te deseo tanto o más de lo que podrías desearme tú a mí. Y tampoco quiero seguir sintiéndome solo. Eliminémonos mutuamente la soledad, pues, al menos por esta tarde, para así, tal vez, hacerla perfecta.
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Con mucha frecuencia, comprendió, la vida se convierte en una resuelta e implacable evitación del sufrimiento, del propio y del de los demás. Pero a veces es necesario reconocer el dolor e incluso tocarlo para poder pasar a través de él y dejarlo atrás. O ser destruida por él. |
Uno se siente vacío, ¿verdad? al saberse intocable pero deseando que le toquen.
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Yo huí de usted. Pero eso se debe a que la persona comprende al instante que usted ha sufrido algo indeciblemente doloroso de lo que no estará nunca libre. Cuando las personas le ven por segunda, tercera o trigésima vez, ya no ven eso. Usted es usted, y el brillo de la persona se abre paso a través de su apariencia.
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—Los dos hemos aprendido a ver hasta el corazón mismo del dolor y el sufrimiento, señor Butler —le dijo—. Y también los dos hemos cambiado, para mejor creo. No somos inválidos. Somos supervivientes.
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Los dos estamos mutilados, señorita Jewell. Pero los dos sabemos lo importante que es negarnos a vivir como inválidos.
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Y se sentía terriblemente consciente de estar viva. No simplemente viviendo, respirando, no. Viva.
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"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo" ¿El personaje de qué libro está hablando?