Hablar del futuro es utilizar un lenguaje que siempre está por delante de sí mismo, confiar cosas que aún no han ocurrido al pasado, a un "ya" que siempre va detrás. Y en ese espacio entre el discurso y la acción, palabra tras palabra, comienza a abrirse una grieta. Contemplar ese vacío, aunque solo sea un instante, produce una sensación de vértigo, como si uno cayera en el abismo.
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