La isla de los condenados

Definitivamente, no sé si hay una novela para cada tiempo o para cada persona, pero lo que sí tengo claro es que esta no es para mí. Y realmente me da rabia, porque fue mi elección del mes pasado para el reto literario que nos llevamos entre manos unos pocos locos.

De este libro me atrajo no solo lo sugerente de su título, sino lo opresivo en cierto modo de su argumento.

La isla de los condenados no narra, casi que escupe y arrastra. No hay nada lineal en su planteamiento, solo las historias de las siete personas que aparecieron tras un naufragio en ese terreno incandescente, a rebosar de vida y muerte. Lo demás (incluidos los porqués) oscilan entre una prosa a rebosar de imágenes y significados y la más absoluta confusión.

Hasta cierto punto, esto podría no ser negativo, si nos quedáramos con la potencia de la creatividad verbal de Stig Dagerman. Pero al menos para mí, esto no es suficiente, la belleza terrorífica es significativa cuando remueve las profundidades, no cuando solamente inquieta las superficies.

A veces sí es importante apostar por la línea horizontal que persigue la mirada de quien intenta entender, sentir, comprender.
Mientras que los dos primeros capítulos van un poco en esa otra línea, la curva, la que lleva del asombro al desasosiego, parece que a partir del tercero ese sufrimiento permanente se despeja. El verbo vuelve a tomar el meridiano timón de la frase. La palabra brilla y deja entrever sus ideas. Crees que empiezas a captar la esencia de la novela.

Pero esto es solo un espejismo, uno de tantos como aquellos que sufren sus protagonistas. La búsqueda desesperada del final, sea cual sea, pero que sea rápido.

Desconozco si en algún otro de sus escritos esta madeja de delirios tiene un sentido (aunque sospecho que sí, que es un autor del que se puede extraer mucho jugo), pero en este viaje dolió más el salto que la caída.
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