La isla de los condenados de Stig Dagerman
En una visión de terror inconmensurable, vivió la eternidad, desapareció el tiempo, desapareció el espacio, ya no era un ser humano, ya no existían cualidades, las acciones, ¿eso qué era?, los colores se difuminaban, los sonidos enmudecían, los pensamientos ya no se pensaban, las palabras eran incapaces de expresar nada, las superficies perdían los límites, ya empezaba a endurecerse todo; solo él, un ser anónimo, se arrastraba infatigable al modo de las serpientes a través de aquel vacío espantoso, sin moverse ni adelante ni atrás, puesto que todas las direcciones y puntos cardinales se habían esfumado. Como en un sueño penumbroso, recordaba la maravilla de la infancia, cuando tardaba cinco minutos en cruzar corriendo lo que ahora era una eternidad.
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