La educación física

Novela ganadora del Premio Biblioteca Breve 2023 de la editorial Seix Barral, cuyo jurado quiso destacar por utilizar una voz narrativa que explora su propia identidad a través del cuerpo, recogiendo el sentir de una generación y convirtiéndolo en una experiencia única y a la vez universal. Pero no fue por esto por lo que la elegí como lectura, sino porque había leído unas cuántas reseñas por aquí que habían llamado mi atención por la temática de la obra.

Utilizando como acicate de la narración la espera de un autobús que nunca llega en una calurosa tarde de agosto tras un desagradable incidente con el padre de una amiga, Catalina nos hace partícipes a través de sus diatribas mentales de su realidad como adolescente de dieciséis años a principios de los años noventa. A pesar del miedo que siente, y al ver que ese autobús que espera nunca llegará, Catalina decide hacer autostop y abandonarse a la suerte en un momento en el que la mujer es culpable de cualquier cosa que pudiera pasarle, simplemente por haberse atrevido a hacer algo que no debía hacer. Pero Catalina está harta de tener siempre miedo, de que todo el mundo pueda juzgarla por lo que hace o deja de hacer, por lo que lleva puesto o por su modo de reaccionar, pero, sobre todo, está harta de no poder seguir siendo una niña aunque sea así como se siente.

Entre la educación restrictiva de su hogar, con una padre que no se atreve a dirigirse a ella desde que tuvo la regla y una madre bulímica a la que parece le molesta simplemente por ocupar un espacio, el manoseo físico y verbal que ejercen jóvenes y adultos contra las mujeres y el juicio social al que se ven sometidas sus acciones, Catalina ha desarrollado una disforia por la que no logra sentirse parte de su propia vida. Su cuerpo no es suyo, es de su madre que la critica por la ropa que lleva o el flujo que mancha sus bragas, o del profesor que en clase de gimnasia aprovecha la muestra de ejercicios para manosear su cuerpo, o de los chicos de su clase de recuperación que la insultan por no haber querido salir con uno de ellos, o del padre de su amiga que le acusa de habérsele insinuado. Así que, a pesar del miedo, le da igual lo que pueda pasarle, porque no será peor que vivir en ese ambiente tan opresivo en el que siente que casi no puede respirar.

Hacía tiempo que no leía un libro con tanta fruición como este, y eso que al principio me resultó algo farragoso por esa narración del pensamiento que salta de una idea a otra, pero me ha parecido increíble la capacidad de la autora para poner sobre la mesa multitud de situaciones que con seguridad hemos experimentado las mujeres alguna vez en nuestra vida y de las que hemos podido culpabilizarnos por pensar que realmente habíamos hecho algo para merecer ese trato. Me parece terrible el modo en el que la sociedad nos enseña a sentirnos mal con nosotras mismas y nuestro cuerpo por vernos siempre a través de los ojos ajenos, casi siempre masculinos, y entiendo perfectamente la rabia que siente Catalina por lo injusto que es ser juzgada en todo momento y situación por el simple hecho de haber nacido mujer.

Catalina es una adolescente que acaba de cumplir dieciséis años. Tras marchar precipitadamente de la casa de campo de su amiga por algo malo que le ha sucedido, se dispone a hacer autostop. ¿Llegará sana y salva a casa? Mientras intenta que la recoja alguien, repasa algunos episodios de su vida.
Esta novela me ha encantado, no pensaba que me iba a gustar tanto. Porque consigues conectar con la protagonista, sentir como tuyos sus miedos, inseguridades y ansiedades. Catalina es una muchacha que tiene una relación problemática con su propio cuerpo, por el hecho de ser una mujer. También porque no ha tenido una educación sexual y afectiva adecuada.
Ser mujer, en los años 90 y aún ahora, significa convivir con la culpa, de todo somos culpables:si no nos arreglamos, porque estamos hechas unos adefesios, si nos ponemos minifalda, porque vamos provocando y luego nos quejamos de que nos violen, si estamos demasiado flacas, mal, si somos gordas, también mal. Ser mujer es demasiado difícil.
Rosario Villajos describe detalladamente lo que es ser adolescente en la década de los 90.Catalina sufre comportamientos que la hacen sentir mal, como que se le restrieguen en el autobús, la llamen puta, el temor a que crean que es estrecha, etc. Tampoco ha tenido suerte con su familia, que no la apoya y la tiene prácticamente encerrada en una jaula. Hay tan poca confianza que prefiere hacer autostop a llamar a sus padres o llegar tarde.
Una de las cosas que más me ha gustado es que también incida en que se ha de educar a los hombres para que no se conviertan en "lobos" que violan o asesinan a las mujeres, y que indique que la privación de la libertad de las jóvenes no es el medio más adecuado para evitar violaciones, embarazos, etc.
Recomiendo encarecidamente este libro.

Se me hace difícil hablar de este libro porque abarca muchísimo. Muchas experiencias, muchas sensaciones, vergüenzas, rabias, odios.

Es un relato que expresa perfectamente la experiencia de crecer siendo mujer. de la culpabilidad por tener un cuerpo que es considerado peligroso, que es considerado un pecado. Catalina, la protagonista de dieciséis años, lo tiene claro y no duda en arrojar todo su desprecio hacia ese cuerpo que tanto mal le ha traído. No ve más que rechazo y advertencias a su alrededor, mil peligros donde la víctima y causante es ella.

Es por eso que leer «La educación física» es rabia. Rabia al observar ese miedo constante de Catalina en el que nos vemos reflejadas. Y si algo hemos comprobado en el club de lectura es que ese miedo es intergeneracional. Que, en mayor o menor medida, las mismas cosas nos pasan a las de 60 y a las de 20. Y eso nos hierve por dentro.

Hay una parte en la que Catalina y una amiga suya discuten diferentes técnicas para no ser vi0l4d4s. Desde c4garse encima hasta vom1t4r. Lo hacen distendidamente, jugando, y eso es terrible. Y el hecho de que yo misma haya tenido esta conversación en algún punto de mi vida (y seguro que muchas de vosotras también) me ha puesto los pelos de punta.

Porque todas somos Catalina, o al menos todas hemos tenido alguna de sus experiencias. ¿Quién no ha odiado este cuerpo que nos dicen que vale menos mientras nos dictan cómo debe ser? ¿Quién no ha sentido esa culpabilidad, ese miedo? ¿Quién no ha sentido esa vi10l3ncia por el hecho de existir? ¿Quién no ha sentido la vergüenza, la amenaza?

Pero aunque sea una novela durísima (tenéis las advertencias en la imagen) en «La educación física» también hay un cierto rayo de esperanza. No os puedo contar más porque no quiero destriparos nada, pero he terminado este libro con alguna que otra lágrima de emoción.

Gracias a Rosario Villajos por darnos esto. A Catalina la quiero abrazar porque también tiene un poquito de mí.

"Catalina nunca había sentido su cuerpo como gordo ni delgado, sino como si no fuera suyo, como si solo fuera una mascota ajena, lenr, torpe, grandota y triste que tiene que alimentar a diario y arrastrar a base de tirones".

Catalina vive totalmente enajenada a su cuerpo. Como si no le perteneciera. le pertenece a su madre, que lo envidia, lo compite. También a su padre, que lo rechaza y lo teme por no entenderlo. A Juan, que lo quiere usar. A los chicos de la piscina, que lo ridiculizan por no querer ceder ante sus deseos. A su profesor, que lo mira crecer con obscenidad. También al padre de Silvia, que lo utiliza. Pero no a ella.

La educación física es todos los abusos, todas las violencias que te lleva a soportar una educación patriarcal basada en la represión y en la desigualdad, en la que los privilegios masculinos asfixian y oprimen hasta anularte.

Esa represión lleva inevitablemente al miedo, o quizás sea el miedo el que lleva a la represión. Por eso la regla es un tabú, el sexo es un tabú, estar a solas con chicos está prohibido, cuestionar los privilegios está prohibido, y así acumulas mensajes contradictorios sobre tu cuerpo, sobre cómo relacionarte, siempre con un telón de fondo constante: la culpa. Porque si hay una estrategia y un arma que el patriarcado sabe usar con maestría es la de culpabilizar a las mujeres.

Por eso, si Catalina pudiese pedir un deseo, lo tiene claro: pediría ser un chico.

La educación física es un libro incómodo, un poco asfixiante, que incluso genera un poco de rechazo por plasmarte de una forma tan clara tanto las violencias explícitas como aquellas más sutiles y menos visibles a las que nos enfrentamos, especialmente las adolescentes de los años 80-90.

Bendito feminismo, que pasito a pasito trae oxígeno a esta asfixia a la que nos somete el patriarcado.

Benditos libros como este que ponen voz a esas violencias para que dejen de ocurrir de una vez.

"Habría sido mejor aprender que el cuerpo, uno cualquiera de carne y hueso y vísceras y sangre y bacterias y mierda, era perfecto en su categoría, en la de no competir con nadie, ni siquiera contra si mismo".

En una vuelta de tuerca evidente a La educación sentimental de Flaubert, novela centrada en los pensamientos y obsesiones de un joven y retrato generacional en el París de mediados del siglo xix, La educación física se vale de una estructura original para transmitir un efecto parecido: la novela que se desarrolla en cuatro horas, durante las cuales Catalina debe hacer un trayecto en autostop de apenas veinte minutos, si bien le permite ir adelante y atrás en el tiempo, reviviendo diversos episodios de su vida que la marcaron, en un recorrido psicológico que le sirve para profundizar en las razones de este rencor que marca su existencia.
La cordobesa Rosario Villajos traza un recorrido por los años noventa, en un país marcado por el optimismo económico y también el pánico social, un retrato de una familia obrera en la España de provincias, Una novela sobre el descubrimiento del propio cuerpo, sobre la educación que heredamos, pero también sobre la que no recibimos, una adolescente que se rebela contra un mundo empeñado en convertirla en culpable por el hecho de ser mujer.