Por encima de la lluvia de Víctor del Árbol Romero
Algunas vidas solo se rozan en un momento mágico para no volver a unirse.
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Calificación promedio: 5 (sobre 429 calificaciones)
/No me atrevo a dar una respuesta que englobe todas las opciones, pero creo que se necesitan unas condiciones básicas, algo que querer contar, encontrar las personas que nos ayuden a encarar este oficio con garantías, ser un enamorado de la literatura, ser curioso y no conformarse con la apariencia de las cosas. Y aun así, nada será seguro. Para vivir de la escritura es evidente que hay que contar con el favor de los lectores, y para lograrlo hay que tener una férrea convicción en lo que escribes, y al mismo tiempo asumir las consecuencias que conlleva la elección de entregarte por entero a vivir como escritor en el siglo XXI. Hay que aceptar que ser escritor es vivir en el alambre y la incertidumbre, que ese favor de los lectores hay que conquistarlo novela a novela, construyendo un universo propio e identificable. Que siempre empiezas de cero. Pero ese temor no puede paralizarte, hay que domarlo hasta que se convierta en un acicate para vencer las propias limitaciones. Y sobre todo, hay que disfrutar cada instante que este oficio te regala.
Con los años la voy asumiendo con menos reparo, aunque siguen sin gustarme las categorías ni las etiquetas. Siempre he creído que los escritores tenemos una vocación universal, que la literatura es un lenguaje que escapa de las constricciones. En cualquier caso, el género negro es algo que enlaza muy bien con los temas que abordo en mis historias. Sin ánimo provocador, he defendido en más de una ocasión que Dostoyevski o Faulkner podrían estar en el género sin estridencias.
Los festivales literarios aportan vivencias muy importantes para un escritor que no quiere permanecer aislado, porque permiten un contacto muy directo con lectores en un marco más distendido que el que podría ofrecer una presentación al uso. Además se propician encuentros informales con otros colegas y en esas cenas o copas hasta altas horas de la madrugada se intercambian experiencias, libros, visiones de la vida muy enriquecedoras.
Al mayor de los peligros, los enfrento a sí mismos. A sus miedos, a sus prejuicios, a sus convicciones éticas y morales. Los llevo al límite para obligarles a ser quienes son sin máscaras. Para ello debo crear situaciones extremas que les desnuden: al dolor de la pérdida, a la infancia, a la crueldad de aquellos que deberían amarnos, a la frustración de ser un fracaso para nosotros mismos o para los demás... Ese tipo de situaciones que en la vida real intentamos que pasen de largo sin rozarnos.
Sí, creo que cada ser humano guarda en su interior un laberinto, secretos desconocidos incluso para sí mismo. La literatura habla de las emociones y cada hombre y cada mujer las lleva todas consigo. Yo veo en cada congénere la posibilidad de algo maravilloso, y, al mismo tiempo, terrible. Todos llevamos un misterio dentro.
Me hizo enamorarme de los libros, descubrí que las palabras escritas tienen un eco eterno, que hablan de forma diferente según en el momento en el que te encuentras con ellas. Aprendí a soñar con lugares que me llevaban muy lejos, a ser cualquier cosa que pudiera imaginar. Esa sensación de goce y libertad se volvió adictiva. Y tuve la suerte de que la primera persona que guió mis primeras lecturas lo hizo con generosidad e inteligencia. Saber que Homero podía hablar de los dioses como si fueran humanos fue algo maravilloso.
Creo que cualquier persona que quiere ser protagonista de su propia vida arriesga más que aquel que se conforma con ser testigo de lo que le pasa. Para mí, trabajar en la policía fue una escuela de vida. Aprendí tanto sobre los demás como sobre mí mismo, empecé a ver el mundo desde otra perspectiva y a veces fue muy duro. Logré encauzar una clase de dolor muy concreto, de insatisfacción, esa visión desesperada por momentos a través de mis historias. La distancia entre la Justicia y la Ley, la necesidad de reparación del ser humano, la dicotomía entre el instinto y la civilización. Todo eso está en mis libros, como la violencia de género, los abusos a menores, y también el coraje de unos pocos, la resilencia, el ansia de justicia.
Porque en su momento no se consideró oportuno y ahora, tantos años después yo no lo considero necesario. Tal vez algún día me plantee corregirla y sacarla a la luz, pero por ahora los nuevos proyectos reclaman toda mi atención.
Fue la novela que me dio a conocer en Francia y con ella obtuve mi primer gran premio a nivel europeo. Eso me hizo plantearme seriamente la posibilidad de dedicarme por entero a la escritura. Viví grandes momentos, esos que soñamos todos cuando iniciamos nuestro camino, conocer a escritores consagrados etc. Luego llegaron otros tantos países...Me sorprendió mucho que se tradujera en hebreo, en chino...No dejaba de preguntarme qué veían en una historia tan nuestra. Y aprendí que la literatura se expresa en lenguas distintas pero que las emociones son identificables en cualquier parte. Sigo teniendo presente cada instante de la vida de sus personajes, en especial de las dos mujeres Isabel y María. Les estoy muy agradecido por lo que me enseñaron.
Implica un momento muy intenso de felicidad, como un fogonazo que te llena de electricidad. Y luego, cuando estás solo en casa, la sensación de que esa persona no eres del todo tú, que tú te pareces más a aquel niño que garabateaba cuadernos en la clase de matemáticas mientras el profe explicaba las fracciones y yo escribía versos para la niña del pupitre de delante. Los premios me han dado solidez, la posibilidad de ser más conocido. Pero nunca dejo de mirar a los referentes, y ahí, todavía sigo siendo muy pequeño. Eso hace que los relativice.
De una necesidad. Leyendo Gringo Viejo, de Carlos Fuentes, encontré esta frase «Nadie me verá decrépito. Siempre seré joven porque hoy me atrevo a volver a ser joven. Siempre seré recordado como fui» Me pregunté qué significaba para mí cumplir cincuenta años, asomarme al balcón de la mitad de mi camino e imaginar mi propia vejez. Como le pasa a Helena, una de las protagonistas, de pronto me di cuenta que yo empezaba a tener más recuerdos que deseos y empecé a observar a nuestros ancianos y la manera en la que los tratamos. A veces, tengo la sensación de que detrás de los eufemismos escondemos algo que nos avergüenza, que esta sociedad tiene una visión un tanto narcisista de la vida, y que lejos de entender la vejez como un regalo de los años, la vemos como si fuera una enfermedad, algo que nos repulsa y nos asusta. Afrontar sin eufemismos temas como la enfermedad, el sexo, la pasión en personas ancianas ha sido mi intento de romper esa falsa moral y al mismo tiempo un modo de ponerme en paz con mi pasado, darle las gracias a mi abuelo, rendirle homenaje a personas que tuve mucho tiempo olvidadas. Y la conclusión de todo ello ha sido el convencimiento de que el amor puede y vence la muerte.
Sí, ¿dónde está la raíz del mal humano? Sigo sin encontrarla.
Siempre. Mi mente y mi curiosidad van más deprisa que mis manos.
Hubo varios, pero destacaría Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender.
Cualquiera que ocupa el estante de mi librería preferida como Steinbeck, Fitzgerald, Camus, Conrad...Siento la fascinación en ocasiones desalentadora que Hemingway sentía por Dostoyevsky.
El extranjero, de Albert Camus.
¡Muchísimos! Todo lo bueno que se escribe ahora y no pocos clásicos.
A los amantes de las emociones fuertes y sinceras les recomendaría sin dudar a Donald Ray Pollock.
Me vais a tirar tomates, pero nunca he entrado en el universo de James Joyce.
En El viejo y el mar Hemingway escribe «El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado» Yo lucho cada día para no olvidarlo. Ni en la vida ni en la literatura.
Un libro de mártires americanos, de Joyce Carol Oates.
Por encima de la lluvia de Víctor del Árbol Romero
Algunas vidas solo se rozan en un momento mágico para no volver a unirse.
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Nadie en esta tierra de Víctor del Árbol Romero
Los verdaderos psicópatas, los destrozadores de todo lo bueno que le queda al ser humano, son aquellos que nunca rozan con sus uñas la suciedad.
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Respirar por la herida de Víctor del Árbol Romero
Madrid está llena de naúfragos, ¿no te parece? Las olas de su mar invisible arrojan cada día a cientos de desesperados a sus orillas, están por todas partes. Para mí, esto es una especie de arca de Noé. Además, todos tenemos algo que hacernos perdonar y aquí eso parece posible.
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El peso de los muertos de Víctor del Árbol Romero
Cuando lo sacaron al exterior nevaba un poco. Tuvo que cerrar los ojos porque la luz lo cegaba. Se escuchaba el murmullo del viento levantando la nieve recién caída y las ramas secas de los árboles crujían con el peso de los carámbanos
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Nadie en esta tierra de Víctor del Árbol Romero
La memoria ensancha o acorta a su gusto lo que quiere recordar y lo que prefiere olvidar.
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Nadie en esta tierra de Víctor del Árbol Romero
Resulta difícil torcerle el brazo al destino cuando se tienen las cartas marcadas.
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Nadie en esta tierra de Víctor del Árbol Romero
Las personas viven aturdidas por lo que no entienden, asombradas, incrédulas cuando algo que son incapaces de controlar les estalla en la cara, y entonces buscan desesperadamente un plan, una ruta de huida, algo que los saque del atolladero, que los libre del caos.
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Nadie en esta tierra de Víctor del Árbol Romero
Cuando llueve, como llueve hoy, cuando las tardes ya se alejan hacia el otoño, es mejor no escuchar cierta música, mejor no invocar ciertos recuerdos, mejor no escribir ciertas cosas y dejar que sea el silencio el que hable de lo que debe ser callado.
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Un millón de gotas de Víctor del Árbol Romero
Mentir es más fácil cuando quien escucha la mentira está predispuesto a creerla.
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La tristeza del samurái de Víctor del Árbol Romero
Que el poder, la venganza y el odio son más fuertes que cualquier otra cosa, y que los hombres son capaces de matar a quien aman y de besar a quien odian si es necesario para cumplir sus ambiciones.
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Gregorio Samsa es un ...