La isla de los condenados de Stig Dagerman
[...] pues la herida que llevamos en lugar de piel crece hacia adentro sin cesar, penetra minuto a minuto hacia un núcleo frágil que también se ha de convertir en una gran herida, y el núcleo del interior de ese núcleo y el núcleo de ese núcleo y todos los núcleos que todos los núcleos llevan dentro y que nosotros llevamos dentro se convertirán en heridas y debemos hacer como que no sabemos nada hasta que la gran herida en la que nos hemos convertido revienta y caemos como una suerte de jirón repulsivo, cortado del dedo perverso de un gigante; caemos al suelo, nos descomponemos y nos sale pus que corre en todas direcciones.
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